Un día llega el día. Lo miro con desconfianza. El plan era salir a
comprar botas, almorzar y cumplir el entrenamiento del día. Después de tanta
lluvia lo lógico era salir a comerse el sol, pero no.
Hay impulsos que se esperan por años, entonces, cuando llegan hay
que convidarles un mate y seducirlos para que no se vayan. Si, sí,
seducirlos en el peor de los sentidos.
Abro la puerta de ese cuarto dispuesta a echar los fantasmas, a
tomar el poder. Nada profundo, tirar, tirar y tirar todo lo que me dieran las
manos. Desprenderme de los objetos, que después de todo, sólo representan lo
que anida adentro y ese cuarto está lleno de tiempos muertos.
Apago la radio,
apago la tele (sí: en esta casa cada ambiente tiene un sonido distinto). Busco
un CD. Miro los de las que me sé de memoria y los descarto: hablan del pasado y
liberan emociones. No estoy dispuesta, quiero el costo afectivo más bajo de
mercado. Elijo una música brasilera que no me dice nada. Sólo hace
fondo mientras estudio cómo hacer espacio en ese cuarto, corro las primeras
cajas, organizo la logística. Paso por un Pedro Guerra de las que no conozco, trapo húmedo en mano. Lindo, amor, afectos, encuentros, desencuentros, igual
que el cuarto, el pasillo, el living, lo que voy llevando a lavar a la cocina.
Mantengo la mente fría, las pilas clasificadas en cierto orden y la emoción en baja. Y ya estornudé varias veces, que la
tierra y las pelusas vuelan pero todavía no tengo movilizaciones de ácaros
pidiendo por las casas derrumbadas.
El corazón pide movimiento. Los dedos se me van hacia la música que me
lleva a la adolescencia y los dejo ir. Alcanzan los primeros acordes de un Sui
Generis grabado en vivo para estar adentro del recital. "Ooooooh, ooooh", repite el coro, repito yo. No, no salto como en ese entonces.
No me da la edad para haberlos
visto tocar pero ahí estamos, adentro de un estadio con Gaby y Marcelo, quizás alguna de las chicas
o mi hermana, no sé. Pasaron siglos pero tengo hasta los gestos de los amigos.
Lo veo a Marcelo apoyado sobre un tronco maltratando las cuerdas de la guitarra, a Gaby borroneando un papel, igual que yo, quizás espalda con espalda sobre el pasto o en las escaleras del edificio de la calle Tucumán.
Me río cuando cambio las letras a conciencia y cuando gritamos fuerte "ESA
CARETA IDIOTA QUE TIRA Y TIRA PARA ATRÁS". Nos miramos a la cara y cada
uno sabe a quién dedicamos ese "idiota", al borde del insulto
permitido para la época.
Adentro de Obras, en el micro o en el tren yendo a San
Miguel, siempre hay un "nena" por agregar. Estamos
llenos de adolescencia, de cassettes regrabados y rebobinados con la Bic, de
rebeldía hacia lo que venga impuesto. Somos los preferidos de los madrijim (1), los que leemos, los que escribimos, los que consumimos materiales prohibidos por la Dictadura. Estamos terriblemente solos pero de eso voy a enterarme muchos, muchos años más tarde. Hoy nos agobian las reglas adultas.
¿El orden? Avancé
bastante. Trapo, escobillón y plumero alejaron algunos fantasmas. Otros
quedaron viviendo ahí. Al cuarto ya se puede entrar y logré instalar el wi fi
en toda la casa. Dejé una parte hecha y mil pendientes, que quedarán hasta el próximo envión.
La casa tiene más espacio y yo no estuve un domingo encerrada. Estuve
de paseo por mi adolescencia. Que a los lugares a los que no te llevan los
colectivos, seguro te lleva una canción.
(1) Los madrijim son los coordinadores de grupos infantiles y juveniles que hacen tareas educativas y recreativas en instituciones de la comunidad judía.