jueves, 24 de noviembre de 2011

Gracias, porque no fue en vano

Un día todo parece querer volver a la normalidad. Claro, normalidad entendida como todo eso en lo que consistía la vida antes de que cortaran el gas. 
Quizás la normalidad cambie ahora que todo quiere volver a ser normal. 

No sé cómo agradecer a toda la gente que tuvo palabras de aliento, y menos que menos a todos los que intentaron acercar una idea o un dato para llegar a la solución. A muchos de ellos no los conozco, que es lo que se usa para decir que no los vi en mi vida aunque formen parte de la cotidianeidad a través de las redes sociales. Sin embargo ahí estuvo @animartino rastreando gasistas recomendados entre los porteros de su barrio, @laniniaz pasando el teléfono del suyo, @twyaya llamando a sus amigos contratistas, @arisetton trayendo el teléfono que efectivamente sirvió, @tampocolapavada haciendo de puente con @Bestiario123, @latostadaok sacándome declaraciones como "devuélvanme el derecho a cocinar", @naticarcavallo y @pgbianchi ofertando su cocina, @majogm ofreciéndome asilo sin contraprestación en su Principado (aunque yo sé que iba a terminar paseando a Fox y regando el jardín), @DonRamongo entendiéndome como nadie, @PueblaSol, que un día va a ser mi productora y mientras tanto ensaya,  @estebanrafele que en el medio del bolonqui me ofreció la vicecancillería del país -él va de canciller, claro-, @CarloXL reconociendo mis saberes en café en microondas, @leandrocamino, @solevallejos y tantos otros riéndose de mi humor -en franco descenso mientras iban pasando los días-, preguntando, comentando, compartiendo.

También aportaron amigos y compañeros de otras épocas que vuelven a la vida como adultos a través de las redes sociales. Cris -que me prometió ayuda para pintar el desastre que quedó-, Moni, Martín, Érica, Andrea, Mavi son los que recuerdo ahora y no fueron los únicos.

Mis más altos respetos al #aquelarre que estuvo en ese glorioso chat de BB a cualquier hora, igual que Vale y mis amigos 1.0 que quieren anonimato. Cualquier hora y para las preguntas más pavotas. Nos merecemos un Tuffic gigante, lo digo antes de que empiecen a reclamar #DueloDeBudines ahora que puedo volver a cocinar.

Gracias a Gustavo, a Kari, a Celia. Ellos también supieron estar y yo se los agradezco infinitamente. A veces se construye empatía haciéndole saber al otro que entiende el momento que pasa aunque no tenga una solución disponible. 

Gracias a Pau, que trabaja como recepcionista en el gimnasio pero es mucho, mucho más que eso. "No te preocupes. Podés venir a bañarte todos los días hasta que lo resuelvas, aunque no vengas a entrenar. No traigas nada, acá hay de todo", me dijo. Y así fue. Pensar que yo elegí el gimnasio para entrenar... 

Sé que falta gente en esta lista. Entiendan que un cerebro quemado -vaya paradoja, después de 44 días sin gas- no puede recordar todo y no fui tan prolija como para hacer una listita. Perdón por anticipado. 

Gracias a los protagonistas mudos: el baldecito verde, ese que tiene el tamaño justo para meterse en el microondas y calentar el agua para el baño, el jabón líquido y el pequeño taper que hicieron que el agua caliente rindiera más, "el bolso de bañarse" ida y vuelta al gimnasio, la hornallita fetiche que me prestó Male, las pruebas de rotiserías y la practicidad del DrCotoCocinero. Creo que no quiero volver a ver una milanesa por un par de años. O dos.

No estoy tan sobreadaptada como para agradecer a Metrogas haberme metido en este baile, pero nadie debería darse el lujo de pasar por una experiencia sin haber aprendido algo y yo agradezco que no haya pasado en vano. 
Esta vuelta me ocupé de ejercitar la paciencia. Acepté que pedir ayuda requiere escuchar y ser paciente porque es habitual que el otro piense que el problema empezó cuando él llega mientras una ya recorrió mil opciones.
A veces el otro no reacciona por ayudar sino por lo que le genera el problema. 
A veces el otro cree tener derecho a decidir, cuando el pedido fue aportar algo. 
Manejar estas y otras variables requiere de un equilibrio emocional importante, que no siempre está disponible. 
Elegí priorizar los problemas y no abrir nuevos frentes: a veces la gente que nos quiere coincide en reclamar cosas durante una crisis o elige ese momento para mostrar las supuestas malas decisiones que tomamos. No hay riesgo quirúrgico, no hace falta resolver todo junto. 
Pude plantarme frente al abuso y mostrar que no estaba dispuesta a ser robada con consentimiento. Y todavía me queda hacer la denuncia por estafa al gasista que se fue con el dinero sin hacer el trabajo. 

El capítulo "Gracias irónicas" es para la Administración del edificio, los vecinos individualistas y cero solidarios en todo el proceso, el ENARGAS, los matriculados que no estuvieron a la altura o directamente intentaron una estafa de cuatro cifras.

"Todo viaje es un viaje de ida", decía Juana Paula Manso. Ojalá sea verdad, que este viaje haya llegado a la Estación Terminal y todo vuelva a la normalidad. A una normalidad nueva, mejor si fuera posible. 

jueves, 3 de noviembre de 2011

Justo hoy, Justo.

Hola Monseñor Laguna. 
  Unos días más en la Tierra no eran diferencia. 
Podría haber esperado a que me habilitaran el gas. 


Un día a la rutina más o menos armónica que habías logrado armar se le aflojan las patas: una inspección decide que tu edificio tiene mal habilitadas las conexiones de gas y lo corta.
Se abre un panorama de burocracias, tecnicismos, logística para vivir sin gas por un tiempo largo y variable que depende, más que de ninguna otra cosa, de la suerte.
Llevo 22 días sin gas. Pasaron por mi casa -si no conté mal- 12 gasistas matriculados. Eliminé de la visita los que venían de recomendaciones dudosas, los que avisaron que no tenían matricula. También está el que se autoeliminó después de plantarme dos veces. 
De esos 12 eliminé a los que entraron con cara de "a ver cuánto le puedo cobrar a esta", los que ni quisieron mirar el papel que deja Metrogás, los que no sabían qué tenían que hacer, los que nunca volvieron con el presupuesto, los que intentaron una estafa cobrando más de tres veces lo que pagaron otros vecinos.
Habían pasado 16 días. 16 días de buscar, averiguar, escuchar a otros, tamizar, relativizar, mantener la calma, suspender las vacaciones, esperar, esperar y esperar. 16 días de ver crecer los presupuestos hasta duplicar y casi triplicar los ingresos mensuales. 16 días de baños con agua fría, con un baldecito puesto en el microondas o en el gimnasio. 16 días de comer de rotisería o casi frío, sabiendo que no es lo que hay que comer según el entrenamiento. Y cuatro días de saber que alguien cercano se murió probablemente por no balancear alimentación, descanso y entrenamiento.

De los 12 quedó uno. Un señor muy mayor, a punto de jubilarse. Tiene varias personas a cargo, una de ellas es su hijo. 
Acordamos el modo de trabajo y el precio. Acordamos que yo iba a ocuparme de contratar y pagar al vidriero, que trabajaría según sus indicaciones. 

Acordamos hacer la prueba de hermeticidad -es lo que evalúa si hay pérdidas internas- el miércoles, un día antes de encarar la obra. 

"A las seis de la tarde." 
"¿Está seguro? Mire que puedo volver antes, eh!" 
"No, no, a las seis."
"Mejor, yo salgo de dar una capacitación en Constitución y puedo volver con tiempo." 

El resto de la obra se hacía el jueves, todo el día y viernes si quedaba algo. 

"Mire que me estoy pidiendo los días en el trabajo, ¿eh?"
"No te preocupes, pongo a trabajar a uno en la cocina, a otro en el calefón y otro con la estufa."
"Genial, yo coordino con la vidriería."

Él tenía las rejillas oficiales, las únicas que aprueba Metrogás, él tenía los azulejos de reposición, él cobraba un precio razonable, parecía escuchar y entender.
El sábado vacié toda la cocina. La vida empezaba a parecerse a los años de campamento.

El primer día en que tenía que llamar no llamó. Tenía que haber sido una pauta de alarma.
El primer día en que tenía que venir se atrasó. Cumplida la hora de demora lo llamo. "Ah, si, pasamos temprano, no había nadie", me informa el hijo. Claro, no arreglamos temprano. Arreglamos tarde. Tarde yo estaba, y esperando. "Ah, claro, qué cabeza la mía, ahora que me lo dice me acuerdo que usted me dijo que temprano iba a estar trabajando", me dice el padre. 

Agarro una escoba que tengo para ocasiones especiales y barro para un costadito las ganas de putearlo en arameo. Además, ahora ya no consideraba importante hacer la prueba de hermeticidad un día antes de la obra. 

"Jueves, 9.30. No, antes no, porque tengo que ir a Metrogas." 
"Mire que pedí el día en el trabajo, ¡eh!"

A las 10.30 -claramente, nunca vino- lo llamo. "Ah, sí, es que estoy retrasado. Ya voy."
Pasaron cinco horas y media de retraso, cuatro y media desde la última comunicación. 
Tiene cuatro líneas de teléfono que nadie atiende. 

Mis bolsillos suelen estar llenos de alternativas. Que yo me quede sin alguna alternativa para explorar es algo que pasa cada muerte de obispo. Justo hoy. Justo hoy.