lunes, 31 de diciembre de 2012

Zapatillas para 2013



Era una película oscura, casi muda, monocorde. A la hora la abandoné. ¿Qué había querido decir el director? ¿Cuál era el foco del guión? El hilo mostraba una protagonista que se despojaba de todo: vínculos, trabajos, objetos. Nunca terminé de verla. Quizás, llena de mis sonidos, planos y colores, la estaba viviendo.

Mi 2012 tuvo bastante de eso. Despojarme para cargar sólo lo necesario, para hacer la vida más liviana. Despojarme del primero al último día, casi con una actitud militante: tirar el papelito inservible –y no guardar nuevos papelitos-, reducir una parte de la grasa molesta, guardar amorosamente en la memoria esos vínculos que en etapas anteriores fueron casi fundacionales pero no pueden acompañar la etapa actual.

Despojarme sin darme cuenta, porque eso es lo que pasa cuando las convicciones se hacen carne: cada tanto pensamos en ellas pero no estamos pendientes. Y hoy, pensando en este post me di cuenta de cómo todo este despojo elegido – que no empezó este año, no señora, no señor- era eso que me dejaba tan libre por la vida.

La ficha entró desde el piso: dediqué varias semanas a averiguar qué era ese movimiento raro, casi gelatinoso al correr. Tenía un peso extra en los pies, un juego que ningún tipo de media pudo absorber. No era la crema, ni la pedicuría, ni las medias, ni el calor: me quedaron grandes las zapatillas que compré hace un año. Mis pies van volviendo a lo que eran, se hicieron más ligeros, y no me di cuenta hasta hoy.

-¿Vos decís 38? ¿Estás seguro? No, mejor traé uno más.-
-Sí, si querés te traigo para probar, pero 39 va a ser grande.

Desde hace 3 meses repito esta escena en cada zapatería en la que me pruebo algo. Hasta ahora el vendedor siempre tuvo razón. Como siempre, la cabeza llega más tarde.

Vivir más liviana abrió espacio para cosas nuevas: curso de cine, de guión, volver a escribir, seguir buscando y coronar con el desafío de volver a ser estudiante.

También me atraganté de kilómetros y llegaron las lesiones. Tanto desierto tuvo varios oasis: un médico y dos kinesiólogas que me entendieron y confiaron y un montón de twitter runners que me ayudaron a aceptar que el objetivo de la Media Maratón quedaría para 2013. Mención especial para el equipo que me eligió sin conocerme para correr la Maratón por Equipos a pesar de mi paso de tortuga. Reírnos juntos fue un gran momento del año.

Mejor ver el estante vacío que lleno de problemas; sostener que el trabajo es sólo una parte de la vida me ayudó a decir “NO” en muchos momentos. No a más trabajo, no a malas condiciones de trabajo, no a las decisiones que destrozan los objetivos. Los éxitos desde la levedad se paladean como un chocolate finito, tanto que se deshace en la boca: sólo había que tirar del piolín, abrir la oportunidad, y la capacidad de liderazgo y conducción estaban intactas. 2012 trajo mucho chocolate, aunque no haya tenido una gota de Patagonia. Con las manos libres abracé a los valiosísimos recién llegados y me sostuve cuando me sorprendieron los cachetazos. Y un cachetazo parada firme se siente como el último que vas a recibir.  

Tuve más abrazos: fueron para toda esa nueva gente que llegó para sumar en los últimos años. A muchos los incorporé a la vida cotidiana de los átomos pero con la mayoría sólo nos reconocemos por lo que ponen los dedos en un teclado. Y están ahí, cada día.  Sí, sí, alguien, alguna vez, debería escribir esa historia. Sí, sí, ya lo dije 300 veces.

Liberé espacios de los pies a la cabeza. Y en el medio, el corazón.

-¿No te duele que no te llame, que no se interese por vos, que no esté?-
-No. Dolía antes, cuando había que elegir una respuesta que no le molestara, un momento justo para hacer una cuña y que me escuche, una coraza para evitar los comentarios agresivos, una gambeta triple para encontrar un programa que nos guste a todos. Hoy tengo lindos recuerdos y el corazón abierto a gente nueva.-

Hace como un mes que las miro sabiéndolas un capricho. Blancas, con breves líneas violeta y la pipita verde. Era mucha plata para algo innecesario. El jueves cuando vaya para Callao y Santa Fe ya no me va a dar culpa comprarlas. Ahora necesito zapatillas un talle más chico. Zapatillas justas para mis pies. Porque si no ¿qué voy a calzarme para entrenar la Media Maratón 2013? ¿Eh? 

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Pega esto en tu muro

Por el hambre en el mundo. Por el cáncer. Por los niños "piel de cristal". Porque sos mamá. Porque sos hija. Porque sos tía. Porque sos sobrina. Porque tuviste a la mejor mamá, la mejor tía, la mejor sobrina, la mejor hija. (Los varones son menos proclives a estas cosas, se ve.)


Un día -cada día- abrís tu cuenta de Facebook y te encontrás con un mensaje de estos. Lo leés y quizás te rías, quizás te emociones, quizás te parezca que establecés un compromiso y... ¡zas! quizás lo pegues. Los mensajes fueron mutando y la mayoría pide que "lo dejes pegado al menos una hora" para cerrar con que sabe que "el 97% que no lo pegará" y que "ojalá seas del otro 3%".



Yo soy del 97%. Primero que nada porque leo, pienso, analizo. Y luego, no recuerdo haber visto un mensaje que justificara ser copiado. Veamos: 


¿En qué ayuda a la lucha contra el cáncer pegar un texto y replicarlo al infinito? En nada. Si de verdad querés ayudar podés informarte, llevar un estilo de vida saludable, hacerte controles, no ponerte en riesgo, educar a tus hijos en esa línea, transmitir un mensaje de salud en tu trabajo. También podés acercarte a una ONG y donar tu tiempo para que los enfermos de cáncer la pasen un poco menos mal. Y también podés donar dinero a organizaciones científicas serias que investigan para mejorar. 

¿En qué ayuda que compartas al infinito la foto de un menor supuestamente perdido? A veces en mucho. A veces en nada. A veces obstaculiza la búsqueda, estigmatiza al menor, lo pone en riesgo. ¿Cómo ayudar? Comprobar la veracidad del mensaje antes de seguir difundiendo: llamar al número de contacto, chequear el caso en la web de Missing Children. A veces surge de un padre que la Justicia separó de su hijo para proteger al menor; a veces -muchísimas- es un caso falso con una foto real o un caso resuelto hace tiempo. Las fotos circulan y no permiten a los chicos volver a una vida de chicos. Los mensajes circulan levantando datos para cometer delitos informáticos.



¿En qué ayuda que pidas con desesperación un órgano? En nada. Sólo lográs angustiar a quién ve el pedido. Salvo que conozcas a alguien que ande con un órgano en la heladera, listo para la ocasión. La donación de órganos en la Argentina es responsabilidad del INCUCAI y los transplantes se organizan según una lista de prioridades y de emergencia que incluye las compatibilidades. ¿Querés ayudar? Sé donante. Hablá con tu familia, dejá tu deseo por escrito, acercate a donar sangre periódicamente, informáte sobre cómo ser donante de médula. Educá a tu gente, a tus compañeros de trabajo, difundí la importancia de la donación para que más personas donen y sepan cómo reaccionar frente al dolor de una muerte cercana.


¿En qué ayuda que viralices un mensaje psicopatón? En nada. La verdadera conciencia y adherencia a la situación de personas que padecen distintas enfermedades o problemas no se logra diciéndole al otro que si no pega algo en su muro es un insensible, un indiferente, un subhumano. ¿Querés ayudar? No discrimines ni en tus acciones, ni en tu discurso ni en tu pensamiento. Promové la inclusión desde tu casa, desde tu trabajo, desde cada cosa que hagas. Educá a tu gente en esa manera de pensar: hay tipos que son una mierda porque tienen valores de mierda, no porque son gordos, tullidos o limitados. No festejes barbaridades que discriminan. Y cuando te toque un "pan y queso" para elegir lo que sea, no dejes afuera a los "imperfectos".     

¿En qué ayuda que difundas que hace falta una máquina superespecífica para algo en particular? En nada. ¿Querés ayudar?  Conectáte con la fábrica o el lugar donde esa máquina se encuentre y tratá de conseguir la donación. 


Un "pega esto en tu muro", un "dále RT" o acciones similares suenan más al viejo "pasálo y que no vuelva" en versión 2.0. Y ya estamos grandes, lo suficiente para saber que el "pasálo y que no vuelva" es una piñata llena de falta de compromiso, mezquindad y avivada. ¿Querías ser solidario, inclusivo, buena gente? Pensálo. La ruta del "pega esto en tu muro" no tiene ese destino. 

domingo, 16 de septiembre de 2012

Leicaj es el de mi bobe.

Faltábamos dos días a la escuela. 
Nos vestíamos con más cuidado y con los zapatos guillermina de charol.
Llegábamos a la tardecita y esperábamos que los hombres volvieran del templo, en una casa de grandes, sin juguetes y llena de cosas viejas que se rompen. 

-¡Aguitiur! - se escuchaba cada vez que se abría la puerta. Las nenas cogoteábamos desde el pasillo a ver quién era.
-¡Aguitiontef!- se entusiasmaba el que llegaba, confundiéndose en un abrazo o algo así. Y, uff, había que dar un montón de besos en una nube de perfume de tía vieja que confundía los nombres de las sobrinas.

Sacaban platos, copas y cubiertos del mueble oscuro del comedor y ponían la mesa gigante con mantel. La cocina explotaba de guefiltefish, knishes, varenikes, latkes, pollo al horno, farfalaj y todas esas comidas que sólo se comían en las fiestas. Bueno, ellos comían. Mi plato sólo tenía pollo y papas y miles de "¿pero no querés? Pero si no lo probaste...". 
Ah. El leikaj de la bobe merece un punto y aparte. El leicaj es una masa dulce, clarita, arrollada sobre una capa gruesa de dulce de membrillo con nueces. Ese era el leicaj de mi bobe así que no voy a discutir sobre el punto. Las cosas tienen el nombre de la primera vez.

Éramos herejes que íbamos a la escuela pública y no participábamos de la parte religiosa y tradicional de las fiestas judías, así que no entendíamos nada. Sin animarnos a preguntar, la noche se transformaba en una cena formal con comida de nombres raros, con gente desconocida que habla de nosotras como si nos conociera.
Cada encuentro daba una oportunidad para pelearse con alguien y los adultos nunca la desaprovecharon. Hasta que provocaron una pelea de la que no se pudo volver y dimos un paso a la libertad. ¿O fue otra cosa la salida del circuito de fiestas familiares? 


Trabajar en una escuela judía y cierta parte de la vida compartida con un hombre de leve compromiso religioso me enseñaron algunas cosas sobre las fiestas, la cultura y la tradición. Al idish se sumó el hebreo y llegó el shaná tová umetuká, los cartisim brajot, el jaroset, la caravana por los templos a ver los oficios de los rabinos amigos, una nueva familia tan amorosa como negadora.

Quizás madurar sea elegir de la propia historia lo que tiene que ver con una y dejar atrás el resto. 

Me quedó prendido el calendario: cada septiembre me sorprende de balance y cada octubre tengo un plan para el nuevo año. No, no espero a septiembre para tomar decisiones ni uso iamim noraim para pensar en mis errores: lo hago cada día. 

Me emociona ver a gente que se quiere renovando votos de afecto, planeando su año y pidiendo perdón sincero tanto como detesto con profundidad visceral a los que repiten saludos y deseos por los que  no se comprometerán. 

No compartiría jaroset con todos pero sí les deseo un shaná tová umetuká, porque nadie merece no tener un año bueno y dulce. ¿Y si eso fuera lo que cambie al que se portó mal, fue deshonesto o abusó de la confianza? El mal bicho está entre nosotros y a muchos se los desarma con un abrazo. 

Pasados los 15 la religión estuvo lejos y allá sigue: eso también es madurar.

Y, sí. Sigue sin gustarme la comida judía del Este, blancuzco-grisásea, llena de grasa y harina, con tanto recuerdo de guerra y persecución. Igual, en 5773 me propongo ensayar una receta de leicaj. No, no. No esa torta de miel, bizcochuelo desabrido que los otros llaman leicaj. Leicaj es el de mi bobe.





miércoles, 12 de septiembre de 2012

Maestros ¿siglo XIX o XXI?

Ayer se festejó el día del maestro en la Argentina, en conmemoración de la muerte de Domingo Sarmiento, padredelaulaSarmientoinmortalgloriayloorhonrasinpar.
La cobertura de la escolaridad primaria en el país pisa el 100%, ergo, todos tenemos alguna experiencia y alguna convivencia con maestros, aunque sea por haber pasado como alumnos por la escuela. 
Quienes trabajamos en Educación sumamos esa experiencia a la trastienda: no es lo mismo cocinar que sólo sentarse a la mesa. 
¿Quiénes son esos señores a los que delegamos la educación formal de nuestros chicos? ¿Son tan parecidos a los que conocimos como alumnos? ¿Son tan distintos?

Ya no son sacrosantos. Ya no van a la escuela con un guardapolvo impecable. Ya no son la autoridad académica y fuente de consulta familiar. Y quizás ahí se terminen las coincidencias. Y esto que dejaron de ser como colectivo probablemente marque una pintura de época: en el siglo XXI cambió el armado del mundo y eso se ve en cómo se construye y circula el conocimiento y en lo desfasados que quedaron. Hay un viaje que va desde enseñar un contenido que quedó viejo al enseñar a aprender. El que no lo hace se quedó en el tiempo. Y probablemente ese sea el que no logra el respeto de las familias. Los maestros que se forman con los nuevos planes de estudio aún no llegaron a las escuelas. 
A eso se suma el ponerse por delante de todo y acumular licencias por lo que sea. Hay maestros que pasan muchos, muchísimos días fuera de la escuela por temas personales. Hay escuelas que no pueden reemplazarlos y hay chicos que, aún cuando se cumplan con los formales 180 días de clase, no tienen maestro. Hay chicos que cursan formalmente un grado pero su escritura, su comprensión de consignas y su operación lógica responden a modos de niños mucho más pequeños. Y cuando esto se ve en grados superiores habla del desempeño de muchos maestros y equipos directivos.  

Sí, ya sé. Algunos maestros que lean esto se van a enojar. Pensarán que no los representa, y puede ser. La escuela privada tiene otras reglas, existe la precarización y la inestabilidad laboral, y los maestros participan de otros circuitos de capacitación por fuera de los cursos con puntaje y sin aporte para la tarea. 

También están los maestros que desde la escuela pública se rompen por trabajar con responsabilidad y además estudian. ESTUDIAN y se forman para hacer ese viaje imprescindible. A pesar del sistema y de la institución jugando en contra y de la multiplicidad de acciones que todavía la escuela pública tiene a cargo, porque son prioridad y porque si no se hacen allí no se hacen. 

Yo elijo homenajear a esos maestros: los que trabajan por una escuela inclusiva, que toma el pulso social y elige enseñar desde aquello que es importante para mejorar la vida propia y la del entorno. Si el empoderamiento en el siglo XIX circuló por la escuela fue impulso de Sarmiento. Hoy está en manos de los que participamos en la educación.   

lunes, 10 de septiembre de 2012

Meditar

La ciudad se fue llenando de carteles y críticas. Carteles caros, carísimos y críticas con sorna, con un fondo de risa, de menosprecio.
Que si el gobierno pagó un dineral por actividades de un gurú con presencia internacional y cuestionamientos groseros hacia el manejo de los fondos, que si es un chanta vendehumo pagado a precio vil por ricos con tristeza, que si es un manipulador que opera sobre los débiles de espíritu. 
Las opiniones oscilaban entre la indignación por la cantidad de prioridades que se podrían haber resuelto con ese dinero y la risa por la clase alta vulnerable al comercio de la inseguridad emocional.

Sí, a mis ojos también es un chanta aprovechador de las debilidades de la gente, pero hoy miré a todas esa personas que se juntaron en el Planetario. Eran muchos, muchísimos: por lo menos como 10 carreras de las más masivas que se corren los domingos en ese mismo lugar. Las cámaras enfocaban a señoras de edad mediana, apariencia de clase media que quiere ser alta y postura corporal acostumbrada a ese ejercicio; todos parecían conocer lo que había que hacer.
Pasé años viendo personas que buscan respuestas, alivio, ayuda. Y en los últimos aprendí a aceptar que cada uno encuentra lo que necesita donde puede. Los lugares en los que se refugian las respuestas de la ciencia corrieron las fronteras de lo aceptable: ¿te importa la ciencia o vivir feliz? Si lo que alivia es una nube de humo: ¿alivia menos? 
Pude ver mucha gente llevando su vida con una sonrisa después de tantísimo tiempo. ¿Quiénes somos para decir en qué lugar está la puerta que abre para el lado del abrazo? La respuesta está en donde cada uno la encuentre. Quizás la felicidad no requiera respuesta de la ciencia. Y quizás algunas respuestas pretendidamente científicas sólo hayan sido parte de otra religión. (Hola Freud, otro día te atiendo a vos.)

Pero nada es perfecto, una cosa no quita la otra y una serie de lugares comunes más tarde pensé que esa gente tiene que estar entre nosotros: la recepcionista del centro médico que nunca tiene turno, la maestra de tu sobrino, nuestro jefe, tu vecina, la que se brota en cada reunión de consorcio, la administradora del edificio, el cirujano de urgencias. 
Entonces, que el gobierno de la ciudad destine plata que podría ir a reparar el hospital incendiado, o a mejorar las condiciones laborales del equipo de una unidad pediátrica que cerró, o a incentivar cargos docentes en el cordón sur de la ciudad es sólo una parte del problema. 
No puedo dejar de ver la otra parte: toda esta gente con necesidad de paz interior todos los días toma decisiones que nos afectan. Me impresiona que estemos tan cruzados por la necesidad de respuestas huecas, que gente adulta necesite de monitores para ordenar su respiración, de asistentes que le enseñen a vivir algo que es instintivo y natural. 
Manejan una familia, una casa, una empresa, un área de gobierno, el presupuesto de una megainstitución, un quirófano, pero necesitan asistencia para hacer y decidir sobre lo más instintivo y personal. 
¿A dónde habrán llevado su vida para necesitar de este acompañamiento? ¿En qué condiciones tomarán decisiones sobre cosas que nos afectan y nos condicionan? Eso es lo que me asusta: los inseguros emocionales decidiendo sobre todos. Por lo demás, turros y aprovechadores hubo siempre. El gobierno de la religión lleva mucho más que dos siglos. 

domingo, 19 de agosto de 2012

Te lleva una canción


Un día llega el día. Lo miro con desconfianza. El plan era salir a comprar botas, almorzar y cumplir el entrenamiento del día. Después de tanta lluvia lo lógico era salir a comerse el sol, pero no.

Hay impulsos que se esperan por años, entonces, cuando llegan hay que convidarles un mate y seducirlos para que no se vayan. Si, sí, seducirlos en el peor de los sentidos.

Abro la puerta de ese cuarto dispuesta a echar los fantasmas, a tomar el poder. Nada profundo, tirar, tirar y tirar todo lo que me dieran las manos. Desprenderme de los objetos, que después de todo, sólo representan lo que anida adentro y ese cuarto está lleno de tiempos muertos.

Apago la radio, apago la tele (sí: en esta casa cada ambiente tiene un sonido distinto). Busco un CD. Miro los de las que me sé de memoria y los descarto: hablan del pasado y liberan emociones. No estoy dispuesta, quiero el costo afectivo más bajo de mercado. Elijo una música brasilera que no me dice nada. Sólo hace fondo mientras estudio cómo hacer espacio en ese cuarto, corro las primeras cajas, organizo la logística. Paso por un Pedro Guerra de las que no conozco, trapo húmedo en mano. Lindo, amor, afectos, encuentros, desencuentros, igual que el cuarto, el pasillo, el living, lo que voy llevando a lavar a la cocina. Mantengo la mente fría, las pilas clasificadas en cierto orden y la emoción en baja. Y ya estornudé varias veces, que la tierra y las pelusas vuelan pero todavía no tengo movilizaciones de ácaros pidiendo por las casas derrumbadas.

El corazón pide movimiento. Los dedos se me van hacia la música que me lleva a la adolescencia y los dejo ir. Alcanzan los primeros acordes de un Sui Generis grabado en vivo para estar adentro del recital. "Ooooooh, ooooh", repite el coro, repito yo. No, no salto como en ese entonces. 
No me da la edad para haberlos visto tocar pero ahí estamos, adentro de un estadio con Gaby y Marcelo, quizás alguna de las chicas o mi hermana, no sé. Pasaron siglos pero tengo hasta los gestos de los amigos. 
Lo veo a Marcelo apoyado sobre un tronco maltratando las cuerdas de la guitarra, a Gaby borroneando un papel, igual que yo, quizás espalda con espalda sobre el pasto o en las escaleras del edificio de la calle Tucumán. 
Me río cuando cambio las letras a conciencia y cuando gritamos fuerte "ESA CARETA IDIOTA QUE TIRA Y TIRA PARA ATRÁS". Nos miramos a la cara y cada uno sabe a quién dedicamos ese "idiota", al borde del insulto permitido para la época. 
Adentro de Obras, en el micro o en el tren yendo a San Miguel, siempre hay un "nena" por agregar. Estamos llenos de adolescencia, de cassettes regrabados y rebobinados con la Bic, de rebeldía hacia lo que venga impuesto. Somos los preferidos de los madrijim (1), los que leemos, los que escribimos, los que consumimos materiales prohibidos por la Dictadura. Estamos terriblemente solos pero de eso voy a enterarme muchos, muchos años más tarde. Hoy nos agobian las reglas adultas. 

¿El orden? Avancé bastante. Trapo, escobillón y plumero alejaron algunos fantasmas. Otros quedaron viviendo ahí. Al cuarto ya se puede entrar y logré instalar el wi fi en toda la casa. Dejé una parte hecha y mil pendientes, que quedarán hasta el próximo envión.
La casa tiene más espacio y yo no estuve un domingo encerrada. Estuve de paseo por mi adolescencia. Que a los lugares a los que no te llevan los colectivos, seguro te lleva una canción.


(1) Los madrijim son los coordinadores de grupos infantiles y juveniles que hacen tareas educativas y recreativas en instituciones de la comunidad judía. 

domingo, 12 de febrero de 2012

"Los genios no crean problemas." Una respuesta al spot de la SUBE



Estimado Ing. Agr. Juan Pablo Schiavi:

Le escribo en tanto responsable de la Secretaría de Transporte de la Nación. Asumo que ud. acuerda con la última campaña sobre la tarjeta SUBE: no sólo permitió que se pusiera al aire sino que hizo suyas  las expresiones que se ven en el spot. 

Ayer obtuve mi tarjeta SUBE. Tardé 5 minutos y la gestioné a 8 cuadras de mi casa. No tengo objeciones al respecto.


Quiero dar respuesta a las preguntas que plantea el spot de propaganda, ya que probablemente mis respuestas o algunas de ellas representen a más de una persona. 


Paso a explicarle por qué no la obtuve antes:

Lejos de ser una persona "que deja todo para último momento" soy bastante organizada. Anticipo, planifico y colecciono cargadas de amigos que prefieren vivir distinto. 
Pienso mis decisiones y no consumo objetos y servicios que considero que no necesito. 
Antes de salir a buscar una solución reviso bien cuál es el problema. Parece razonable ¿no?  

Cuando surgió la tarjeta SUBE quienes viajábamos en colectivos teníamos el problema de conseguir monedas. 
Para resolverlo elaboré varias estrategias paralelas buscando que nunca me faltaran: conocer mi stock, pasar frecuentemente por bancos hasta descubrir aquellos que entregaban más cantidad, comprar en efectivo en comercios que daban vuelto en monedas sin discutir son las que recuerdo. Nunca me faltaron monedas, pero tenía que ocuparme. 
La necesidad estaba resuelta. ¿Para qué tener una SUBE?

Con el anuncio de la aparición de la tarjeta SUBE los problemas fueron desapareciendo. Mucha gente cada vez iba necesitando menos. Probablemente los empresarios que las retenían decidieron dejar de hacerlo.
Esto hizo que no fuera tan necesario poner tanta energía en ocuparse.
¿Para qué quería tener la tarjeta SUBE si no la necesitaba?

Por otra parte, para viajar en subte existe la tarjeta Subtepass. Se pueden comprar tantos viajes como se desee y tener una en cada cartera o mochila para evitar olvidos. La tarjeta tiene impreso el saldo para evitar sorpresas. Anticipar la compra permite evitar las colas. 
Las monedas permiten ser distribuidas en bolsillos y evitar abrir una cartera, bolso, mochila en la calle. Las tarjetas SUBE son incómodas en bolsillos de ropa de mujer habitual. Algunas prendas no tienen bolsillos. Si la tarjeta se pierde o es robada requiere hacer trámites. 
Todavía no había motivo para tener una SUBE.

Pasaron los meses. No queda claro si lo que cambió fue la necesidad del Estado, la política de Estado o la comunicación. 
Los incentivos que comunicaron las propagandas del Gobierno para la obtención de la tarjeta siempre fueron dirigidos a mejorar las condiciones de viaje de quienes tenían problemas con las monedas. 
Sin falta de monedas, seguía siendo innecesario tener una tarjeta SUBE.

Hace unas semanas el Gobierno volvió a insistir con la obtención de la tarjeta. Y la comunicación fue sumamente imprecisa con respecto a los motivos. 
En un clima general de incertidumbre con respecto a quita de subsidios a los servicios públicos "parecía" que iba a haber aumento de tarifas. Más allá de eufemismos sobre quita de subsidios, aumento de tarifas o como lo quieran implementar técnicamente, lo que a "la sociedad que deja todo para último momento" le importa es saber cómo se modificarán sus cuentas a pagar. Los adultos pretendemos saber cómo se verá afectada nuestra economía para poder tomar decisiones. Ya pasamos varios meses de incertidumbre. Quienes vivimos en la Ciudad de Buenos Aires además padecemos la vaguedad a la que nos somete el gobierno municipal por los mismos temas.

Ciertos medios publican vaguedades sin fuentes y ustedes no aportan datos. Los ciudadanos quedamos en el medio. Las únicas certezas son las cuentas de supermercado: ahí todo aumenta semana a semana.

En el último spot los ciudadanos sin tarjeta SUBE somos tratados como niños que no hicieron la tarea. Una tarea que no sabíamos que teníamos. Nos "perdonan" y dan una prórroga para que corramos a sacarla, so pena de que en unos días nos la cobrarán. Y todo nos lleva a pensar que pagaremos más por el viaje, y frente a la falta de información oficial sospechamos que en breve muchos pagaremos la misma tarifa que los que pagan con monedas.

Ser honesto en la comunicación ahorra problemas. No crear problemas es mejor que tener que salir a buscar soluciones. 

Pedir colaboración a los ciudadanos porque el Estado necesita los datos que se cargan en una SUBE para decidir la nueva política de subsidios es honesto y probablemente muchos hubiéramos colaborado con gusto. No somos nosotros los responsables de escudriñar dentro de la comunicación gubernamental qué habrán querido decir en eso que dijeron. Hipotetizar nos deja en el mismo lugar que los medios de comunicación que ustedes critican. 

Infantilizarnos con un gesto de adulto que pone el límite cuando él lo necesita no es buena idea. Menos cuando no hablamos de niños sino de una comunicación dirigida a ciudadanos adultos maduros.

Lo que hicieron  genera la sensación de que estamos en manos de gente que por pelearse entre sí se olvida de para qué está donde está. 
No se olviden: no están para crear nuevos problemas y constituirse en los genios que traen la solución. Los genios no crean problemas.

Muchas gracias.




viernes, 10 de febrero de 2012

Indignarse es más cómodo

Hasta hace unos años lo más común era verlos en las veredas, en los bares, en las sobremesas de domingo. También andaban por las aulas universitarias y en 2002 circularon por las asambleas barriales de la ciudad de Buenos Aires. Para ser como ellos se requiere una mente pequeña y el dedo listo para marcar aquello que tiene que cambiar. Es fundamental el dedo: señalará algo que está fuera de la responsabilidad propia. La buena o mala intención es opcional.

Con la popularización de las nuevas tecnologías agrandaron el territorio: ya no hablan en una pequeña baldosa sino que se conectan con gente de todo el mundo. Y hoy, con saber expandir los 140 caracteres que hayan escrito sienten que cumplen su misión.

No es nuevo indignarse por eso que le pasa a otros bien lejos y de un modo en el que las cosas queden en una proclama. Los más experiementados arman líneas de pensamiento que sostienen que cortar una calle céntrica de Buenos Aires en plena hora pico beneficiará a los oprimidos de Puchukjistán.  

 Y mientras tanto... 

... están los pibes que cada anochecer circulan con carros metiendo las manos en la basura para sacar algo que les sirva. Meten las manos en la basura. ¿Te imaginaste alguna vez en esa situación? ¿Pensaste alguna vez si lo que llevás a tu casa depende de lo que puedas encontrar en la basura? (No, no entremos en el "ahora están en una cooperativa, y tienen uniforme con cintas reflectantes". Por favor.

...y está el señor que vive en la puerta del Banco Francés de Scalabrini con su weimaranner obeso y otro perrito. Sobre la boca del subte logró armar un dormitorio con TV, equipo de música, árbol de navidad con luces. Hay tardes en las que pone sahumerios en el florero donde hay unas flores plásticas. Hay gente que se para a mirar qué programa tiene en la TV. Y en la escenografía que construye nos olvidamos que ahí hay una persona y que esa es su casa. Estamos más pendientes de las nuevas adquisiciones que de saber quién es, porqué está ahí y si hay algo que podemos hacer para que viva en un lugar mejor. 
En el barrio tenemos varios ejemplos, cito este por emblemático. 

... en la ciudad de Buenos Aires hay mujeres y varones que buscan en las calles un cliente para prostituirse. Otros lo hacen en espacios cerrados. Y cada tanto nos enteramos de que en algún lugar hay menores o no sometidos para que otros ganen, por sexo, droga, o prendas de vestir. O lo que sea. 

... en Barracas, en Retiro, en Constitución, en la puerta de Alto Palermo hay chicos consumiendo droga. Son pibes que no recuerdan comer sentados a una mesa, una caricia, una ducha caliente. A veces están tan pasados que caen en medio del camino. Les pasamos por el costado. Apuramos el paso mientras manoteamos un pañuelo del bolsillo y agarramos fuerte la cartera. La angustia se disipa cuando el colectivo se aleja, pero ellos siguen ahí, haciendo lo que pueden por los flecos de infancia que les quedan.

Toda esa gente - es gente- tiene una sola vida -como nosotros-. Mientras algo -o nada- se resuelve la vida pasa. Naturalizamos barbaridades o convenientemente las olvidamos. Indignarse por algo lejano, levantar el dedo para marcar lo que ellos hacen mal puede mitigar eso. 

Pienso en la indignación selectiva que lleva a criticar la decisión editorial de poner en portada la intimidad de la muerte justo el día en que le toca a una modelo, sin destacar que todas las semanas publican ejemplos similares. Y quizás en esa indignación ni siquiera darse cuenta de que se participa en una campaña montada  para lavar la imagen de gente que toda la vida se dedicó a la mugre.

Pienso en la incoherencia de indignarse por la represión en una provincia lejana desde una habitación porteña con aire acondicionado pero pedirla cuando un grupo de trabajadores reclama cortando la calle en el camino propio. (Y no, no estoy avalando ninguna represión. Al contrario, cuando el Estado hace uso de la fuerza es porque antes falló en la detección de una necesidad y en el diálogo necesario para resolverla. El uso de la fuerza da cuenta del mal uso de la palabra. Y yo prefiero el buen uso de la palabra y que el más fuerte -el Estado en este caso- asuma la responsabilidad y sepa manejar provocaciones.)

Pienso en la participación en campañas virales por los temas más justos y también los más pavotes o intrascendentes. ¿Cuántos ejemplos podemos dar de un cambio real por generar un trending topic*? Sin embargo, todos los días aparece alguien con las mejores intenciones dejando pilas de energía "para que #TalCosa sea TT". Hay quienes un día participan de un #NoALaCosaMásTerribleDelUniverso y al siguiente promueven la discriminación, el racismo, el odio cada día y no sólo en las redes sociales sino en el mundo de los átomos. Pero lo importante es generar el TT. Hoy hablamos de eso, quizás  un presentador de notas en TV -que nunca entiende de qué va Twitter- lo comenta y 364 días avalamos o sostenemos prácticas que ignoran, subvaloran, humillan y hasta someten a otros más débiles.  

Es loable indignarse por lo injusto. También es cómodo cuando a lo injusto sólo podemos aportar indignación. Eso incluye desparramar acusaciones contra los que no se indignan, o se indignan por temas "equivocados". Que les paga la corpo, que les paga la opo, que les paga La Cámpora, y así. 
Cambiar el mundo es bastante más complejo. Aceptar que requiere dialogar, negociar, acordar, y notar que somos una gota es sólo un inicio. Ponerle el cuerpo a cambiar el mundo es muy exigente. Hay gente que cada día se duerme agotada en los intentos. Otros cursan la vida en estado de indignación.


*Un trending topic o TT es uno de los temas más mencionados en la red social Twitter.




jueves, 26 de enero de 2012

El trabajo fue una excusa

   Crecí en una época en la que el valor estaba en conseguir lo durable: objetos, vínculos, emociones. 
   La ropa tenía que ser de la mejor tela, con las mejores costuras, clásica y combinable. Los muebles, de la mejor madera y el mejor diseño. La tecnología (entendida como los avances: un aparato de TV, un radiograbador, una heladera con freezer) era para durar muchos, muchos años. 
   El novio buscado era el que podía convertirse en un marido para toda la vida.
   Los deseos eran para siempre: una carrera, salir de la casa paterna, una casa, ser parte de un gran proyecto, viajar.
  Por eso me costó aprender que hay cosas que tienen un objetivo por cumplir y una vez cumplido se convierten en lastre. Descubrí que hay situaciones que vienen a la vida para algo y no saber correrlas a tiempo para buscar nuevos desafíos tiene el riesgo de aguantar una mutación que las convierte en algo no deseado.  
   Encontrar el punto para soltarlas es arte. La agonía puede evitarse. 

  Que aquel trabajo viniera en un momento en el que apenas me quedaban unos pesos podía llevarme a pensar en que el objetivo era pagar las cuentas. Claramente fue así. También fue una nueva hoja del libro de la vida: después de haber completado una maestría y de buscar trabajo por dos años había un lugar para mí en una parte. Alguien veía que yo podía hacer un aporte. Alguien me rescataba en un tiempo en el que todavía se veían muertos vivos caminando por la calle, al borde de la locura por el desempleo. No era poco. 

   Lo que no supe en ese momento es todo lo que traía atrás: la mayoría de las cosas que aprendí en esa clínica hicieron mejor mi vida. 
   Lo que tampoco supe en ese momento, ni hasta tres años después, fue que eso mismo que hizo mejor mi vida era lo que iba a llevar a que ese trabajo se terminara. 

   A diferencia de muchos de mis compañeros, yo decidí poner en práctica todo aquello que tuve que aprender para enseñar a los pacientes. Saber, hacerse cargo de las decisiones que se toman, decir NO cuando una no quiere, rodearse de personas que nos hacen bien, nos permiten crecer y correr a la gente que boicotea el cambio, ocuparse y hacer en vez de quejarse, quejarse si tiene sentido y en los lugares en los que las cosas se resuelven, guardar la intimidad de quien nos abre las puertas, hacer valer los derechos propios,  la verdad como camino más corto a las soluciones, el ejercicio de la vida sana porque es buena y porque modeliza... "Es bueno para todos", era el lema. Yo lo intercalé en mi vida para que fuera parte de la trama y funcionó.
  
   No fue un proceso fácil. Cataratas de lágrimas, enfermedades varias cursadas entre compañeros de trabajo -médicos- que no las veían, exceso de trabajo producto de la pasión por las cosas bien hechas entre compañeros que buscaban zafar ("total el Dr. se olvida y se le pasa"). No estuve sola: tuve la compañía, asistencia y disponibilidad incondicional de una colega, el apoyo de un equipo de colaboradoras formadas a imagen y semejanza y aliados ocasionales. 

        Lo noté pasado un tiempo: en algún momento los intereses de la empresa -de los dueños- iban a chocar con eso mismo que ellos enseñaban, promovían y -de palabra- pretendían. Si hoy tuviera que volver a elegir, elegiría lo mismo. Nunca tuve dudas: es lo que me hace ser una persona sana. Necesitaba dejar de pedir disculpas por tener que trabajar para pagar las cuentas y aceptar casi cualquier cosa "razonable" para no molestar a quien me daba trabajo.  

   Amaba profundamente lo que hacía. Fuera del ejercicio del periodismo fue la actividad que tuvo más que ver conmigo. Enseñar, ayudar, comprender a gente que no la pasa bien y darle herramientas para que puedan cambiar su vida. Empoderarlos para que ellos decidieran e hicieran mejor su vida.

   Llegué a poder establecer diferencias: era feliz con mi trabajo pero profundamente infeliz con las cosas a las que había que someterse para mantenerlo: maltrato, violencia, mentiras, mediocridad, falta de recursos de todo tipo, desconfianza. El celular sonando era un vuelco del corazón, el anuncio de un drama que, o no era tal, o que iba a ser resuelto de tal manera que el remedio sería peor. O iba a girar, y girar, y girar para nunca resolverse. Y el celular sonaba un viernes a las 23, un domingo a las 7, un 31 de diciembre a la tarde. 

   

   Me dolía pensar en irme. Casi un año calendario me llevó afirmarme y consolidar pensamientos y modos de ser que me llevaran a no permitir nunca más el maltrato, la humillación, la violencia, la mentira, el desinterés. Sabía que si no resolvía eso la secuencia se repetiría. 
   Doce meses para consolidar que nadie, nunca más y por ningún motivo me gritaría, ni me pondría una dosis bestial de benzodiazepinas que me dejar empastada por cinco días, ni firmaría mi trabajo sin mi consentimiento, ni se aprovecharía de mi pasión, ni de mis debilidades. 

   Unos meses más tarde yo estaba más sana y había dejado de ser funcional a la enfermedad de la institución. Cuando llegó el despido, sólo me tomó por sorpresa la violencia innecesaria del modo y el momento. Fue tan torpe y descuidado que recargó y complicó a los que quedaban, en un tiempo en que quedaban pocos. (También quedaban pocos pacientes, imposible retenerlos producto del maltrato que desbordaba hacia abajo) Visto a la distancia hasta suena coherente. 

   Yo creí que quería un trabajo. Y no. Sólo necesitaba pagar las cuentas y elegía el modo en el que sabía hacerlo: trabajando. 
   Pero lo que verdaderamente necesitaba -y en eso no había escapatoria- era encontrar el modo de valorarme, porque mi vida era un infierno en el que todo el mundo -no sólo desde el mundo del trabajo- sentía que tenía derecho a intervenir. Y lo sentían porque yo lo habilitaba. 

   En ese lugar en el que trabajé cuatro años y dos meses encontré las herramientas para que nunca más nadie tuviera en mi vida un espacio para el maltrato, el menosprecio,el avasallamiento, la humillación, la conversión de las virtudes en defectos, el saber y la profesionalidad como disvalor. 
   Esta semana se cumplen tres años de aquel despido violento. Todo lo aprendido ahí sigue vigente, corregido y aumentado. Más que suficiente para agradecer aquella oportunidad y celebrar. El trabajo fue una excusa.





domingo, 1 de enero de 2012

Deseos en el Salad Bar

Ah, los buenos deseos que se amontonan en un año nuevito. No soy de ocuparme de las fechas especiales, esto es raro en mí. 
Durante un par de días tuve a un muñeco sentado en el hombro que me dictaba deseos para gente que quiero y aprecio. Bastó sentarme frente a la pantalla para escribirlos para olvidarlo todo. Acá queda lo que pude rearmar. 
Originalmente pensaba en alguien y le deseaba algo, como en una charla. Al segundo día me dí cuenta de que había deseos que tenía para más de uno. Y después pensé que yo deseo desde lo que sé y no lo sé todo, por eso esta mesa de ensaladas. Vení, pasá. Ponéte cómodo, armáte tu plato. 
Levantáte a servirte las veces que quieras. Saboreálos de a uno o combinados. Usá plato chico y volvé. Todo el tiempo se repone.  

Para el año que comienza te deseo...

Que llegue ese trabajo, que te puedas ir de viaje, que se termine la tesis, que haya una casa nueva. Que puedas publicar, que encuentres productor, que llegue ese salto cualitativo del que tanto hablamos. Que terminen los arreglos, que descubras el amor en forma de compañera, compañero, de un hijo. Que armar esa fiesta de casamiento no fisure la pareja. Que ese gato deje de traernos tantos disgustos. Que el limonero dé frutos, que las palomas no vuelvan. Que ese que sabemos deje de hacerse el boludo (o que supere su miedo, que en este caso es medio parecido, you know).

Que puedas decir B A S T A si es que querés que algo se acabe. Fuerte y claro. Con gestos inequívocos. Son muy pocas las cosas que no pueden cambiarse. (No, no, la tuya no está en esa pequeña lista. De ninguna manera.)

Que te saques de encima la mirada censora. Que puedas espantar a ese monstruo que se te sienta en el hombro y te marca lo que está bien y lo que está mal. Sí, ese monstruo es académico, es familiar, es un amigo, es tu jefe, o peor... ex de cualquiera de esas categorías. Da igual. Sos vos quien no te permitís crecer. Está bien que "seas más" que los que te precedieron. Está bien que elijas algo que ellos no hubieran elegido. Disfrutá de tu vida sin culpa. Es tuya. (Además, ese académico, ese familiar, ese amigo censor también tiene inseguridades, incoherencias, decisiones de mierda, agachadas... y algunas se las conocemos.)

Que puedas rodearte de gente que te nutra, que te ayude a crecer, y que puedas nutrir y ayudar a crecer a otros.

Que dejes de mirar tus problemas como si fueran de otro, que buena parte de lo que te pasa se cambia con lo que hagas. Que aceptes que si eso que tanto querés no llega debe ser porque no estás dispuesto a hacer lo que hay que hacer para lograrlo o porque simplemente no es eso lo que querés. Que si querés resultados distintos no sirve hacer siempre lo mismo, que las cosas de la vida no se manejan como las apuestas de la ruleta. (Esa, -conceptualmente- está robada, creo que a Einstein. Perdón.)

Que por fin notes que llenarte de objetos sólo te llena de objetos. Que sacando unas pocas cosas, la mayoría de lo que necesitamos para vivir no se envuelve ni se cambia por dinero. Lo que necesitamos, no lo que creemos necesitar. (Esto no vale para mi cardiotacómetro ni para tu caprichito. Uno por persona aceptamos. O dos.)
Que puedas desprenderte de todo lo que te sobra. Objetos, vínculos, fantasías, frustraciones, miedos, kilos. Que lo que sobra es lastre y con lastre no se puede volar. Que puedas hacer espacio para lo nuevo, lo bonito, lo que hace bien.
Que descubras esas pequeñas cosas que dan alegría y bienestar y te ocupes de repetirlas varias veces por día.


Que te ocupes de tener una vida sana. El mundo va en contra de eso así que tenés razón, es todo un laburo. La sociedad se organiza alrededor de la comida. Mucha, grasosa, azucarada, llena de conservantes, innecesaria. Y con la boca llena es difícil decir cosas. La grasa no sólo tapa las arterias, también tapa los vínculos. Y a veces eso es cómodo, pero trae insatisfacción y termina en una unidad coronaria.

Que te desentierres del sillón o de las excusas. No conozco a nadie que no necesite moverse. (Necesite del verbo necesitar, no de querer, se entiende) Entonces, que llegues a los 10k, los 21, los 42 o que te calces zapatillas y ganes la calle: cada uno con su objetivo pero por favor hacélo porque te quiero vivo mucho rato. (Si vas a elegir rollers en vez de zapatillas vamos a tener que charlar pero te voy a seguir queriendo.)

Que entiendas que la vida sana incluye tu casa, y tu casa está en el planeta Tierra. Cuidar lo que hacemos, lo que consumimos, elegirlo a conciencia lleva a tener una casa mejor.

Que seas más piadoso con los que tuvieron menos oportunidades. Que gires la pelota y veas que la realidad tiene muchas caras. Que entiendas que cada uno elige desde las opciones que conoce y que si querés ayudar podés mostrar opciones que el otro no conocía. Y que si así y todo el otro sigue eligiendo algo que no te parece bien, es su vida y tiene derecho. (Esto no vale para los que escuchan música sin auriculares o hablan a los gritos, se entiende, ¿no?)

Que aceptes que el mundo no está a nuestra disposición ni hecho a nuestra imagen y semejanza y que eso de que "tu derecho termina donde empieza el mío" es una gran mentira. Hay derechos que se superponen y hay que sentarse a charlar cómo llevar esa convivencia. (Eso incluye a la gente que puteás a diario por cosas que te complican y tantas veces terminan en expresiones que discriminan.)

Que dejes de desparramar cosas que no son. Que no permitas que tu bronca distorsione la verdad. Que dejes de hacer lo que criticás en otros.(Sí, sí, y sí. Hacés lo que le criticás a otros cuando mandás fruta, cuando generalizás, cuando hablás de lo que no sabés, cuando repetís lo que alguien dijo y le ponés tu propio condimento, cuando elegís fuentes poco confiables...)

Que no te enojes con el mundo, que sólo te devuelve lo que le das. Entonces, que puedas revisar lo que das, porque eso es lo que vuelve.

Que entiendas que nadie es tan importante para nadie y que por lo tanto, lo malo que alguien hace no te lo hace a vos.

Que si estás orgulloso por haber tenido hijos y que eso no te haya cambiado la vida estás en problemas. Bah, ellos están en problemas. Que hacer algo para que ningún pibe tenga una infancia de mierda incluye a tus hijos. Y empieza por ellos.

Que disfrutes de haberte sacado esa bolsa de papas de encima y no te autoflageles por haber permitido semejante atropello en tu vida. Ya pasó. Aprendé para que no vuelva a pasar y ya. La vida sigue y tiene mil oportunidades.

Que te quejes y reclames en los lugares en los que las cosas tienen posibilidad de resolverse. En otro lado sólo astillás las gónadas del que te escucha. (¿Viste que manera tan fina e inclusiva para decir "rompés las bolas?")

Que puedas fundar y sostener vínculos de confianza. Que si la familia no responde busques por otro lado. Hay familias que son abominables y abrirse de ellas es promover salud. No son imprescindibles.


Que puedas separar lo que sos de lo que querés contar que sos. No hace falta mostrarte en carne viva en todo momento y lugar. Preserváte, es demasiada información que no sirve a nadie.


Que no te hagas cargo de la vida de los demás. Tenés una propia. Si no te gusta, rearmála, rediseñala, volvé a corregir. (Si, sí, y sí. SIEMPRE hay otra opción. El "es la única que me queda" no aplica más que para el deshauciado y el que requiere un transplante urgente. No, las explicaciones que incluyen a un dios del color y tamaño que sea tampoco. Después de los 8 años los amigos imaginarios son casi patológicos.)

Que sueltes la idea de que tenés que hacerte cargo de las malas decisiones de otros. Una vida de riesgo a la larga trae problemas. Y cada uno es responsable de las decisiones que toma.

Que puedas priorizar y aceptar que a veces para lograr algunas cosas hay que resignar otras, aunque sea por un tiempo. Todos los que logramos irnos de casa aceptamos trabajos que no nos gustaban y alternamos entre arroz, polenta y fideos. Es así. ("No somos hijas de Roschild", solía decir mi hermana.)

Que si todo esto te apabulla busques una, sólo una y nada más que una de las cosas que querés cambiar y te ocupes de hacerlo. Que sepas elegir algo razonable y posible: no vas a poder con la paz en el mundo pero sí hacer cosas para vivir tu propia vida en paz y desbordarla en tu lugar. Eso ya es bastante.

Que todo lo que hagas lo hagas a conciencia. Sea por acción o por omisión es lo que estás eligiendo, así que mejor que sepas tu para qué.

Y si todo esto sigue siendo mucho acá hay algo más básico: que encuentres lo que buscás. Ojo, no lo que te parece que buscás sino que aprendas a mirar qué es lo que verdaderamente deseás. Que lo sepas, que te enteres, básicamente para que dejes de buscar eso que no es.
Tirar de ese piolín, ponerle la vida a algo que te apasiona es lo que te mantiene atado a eso que algunos dicen que es la felicidad. 
Porque después de todo, te deseo un año de felicidad de ida y vuelta, como cuando volvemos a buscar algo rico al Salad Bar.