Dos horas y cuarto para
llegar.
Saber que todo lo que había
llovido tenía que haber dejado el parque como una pileta.
Saber que no podía correr en
tierra ni en asfalto.
Ver que se hacía de noche y no
llegar.
Andar el barrio donde se
amontonan mis juegos de infancia con los sueños deportivos.
Respirar ese aire verde y
mojado, espantar la molestia.
Llegar, charlar, empezar: abdominales,
elevación de cadera, gemelos, sentadillas, y así.
Una vuelta de caminata rápida
por asfalto. “Si te veo corriendo te
bajo a piedrazos.” Bueno. Entendí.
Salir por esos 900m. Sentir
que viene alguien corriendo fuerte y que baja la velocidad. “Volviste un día”, me dice desde atrás,
sonriendo, sin parar y subiendo la velocidad.
Sentir que mi boca crece, se
arquea y que la sonrisa no me entra en la cara.
Sí. Un día volví.