martes, 6 de agosto de 2013

Abuelas, nietos, infancias

Mi abuela murió el 18 de abril de 1976. 
Murió por mala praxis en el Hospital Tornú. 

Murió unos días antes de mi cumpleaños. Sabía lo que quería fuertefuerte y se ocupó desde su cama del hospital de que tuviera mi regalo con moño y todo. 
La adoraba sin saberlo. Eran épocas duras, para el país y para la familia. Ella, que la había pasado bastante peor, siempre tenía guardada una palabra pero más que nada una acción que nos sacara una sonrisa, que calmara un poco las cosas, algo que quedara guardado para más adelante porque ahora era incomprensible. O inexplicable. 
Ella sabía que los nietos no teníamos culpa ni responsabilidad tanto como sabía que teníamos derecho a disfrutar una infancia feliz. Y se ocupaba de eso. 
Cada vez que veo las arrugas de una Abuela de Plaza de Mayo recuerdo sus arrugas. Cada vez que veo la tenacidad de una Abuela de Plaza de Mayo recuerdo su lucha silenciosa. De grande entendí que callaba para protegernos y cuidar nuestra niñez. De grande supe que no era mi abuela biológica y la seguí eligiendo: quizás a ella le deba la vida, como los nietos recuperados deben el esfuerzo por construir el camino de vuelta a las Abuelas de la Plaza de Mayo.


Hoy mi abuela -la Babe- se esmeraría en la comida y a lo mejor consentiría en poner una Coca de litro en la mesa. Seguro -pero seguro, segurísimo- nos haría papas fritas y cerraría la puerta de la cocina para que no las fuéramos robando de a una.
Seguro se perfumaría con colonia y cambiaría el batón por un vestido. Se pondría aros de perla grandotes, colorete, y se pintaría los labios de rosa, o quizás de naranja clarito. 
Y seguro juntaría a los nietos para contarnos que hoy en otra mesa se festeja porque hay un nieto más. El ‪#‎Nieto109‬.