sábado, 31 de diciembre de 2011

Chau 2011. Cerrá desde afuera.

Un día el año se termina. Es una de las pocas certezas que la organización social nos da. 
El saber nos aportó calendarios que nos permiten anticipar, organizar, programar.
Si eso fuera todo, los deseos con tiempo estarían cumplidos. Bastaría con saber programar y yo sería campeona en el cumplimiento de deseos. Hasta podría poner una Agencia de Programación para Desorganizados. (Tendría que anotarme esta idea por si alguna vez las cosas cambian.)
La cuestión es que termina 2011 y como diría alguien que no soy yo, "el pescado sin vender".
"2011, el año de las grandes expectativas, las energías puestas para cumplirlas y la nada concretada", fueron los pensamientos que como slogan empezaron a surgirme alrededor de octubre. 
Para mucha gente fue un gran año. Un año de crecer desde lo personal, desde lo profesional, desde los vínculos, desde lo patrimonial...
Tenía buenos objetivos. Empecé enero sabiendo que no quería volver a encerrarme en una oficina. Me pegó el viento en la terminal de Bariloche y supe que quería retomar la vieja idea de vivir ahí. Meses después vi que era inviable. Un empresario de la zona me lo confirmó: "No hay en toda la Patagonia un lugar para trabajar que pague lo que vos tendrías que ganar". Yo pensaba que estaba equivocado pero la realidad se encargaba de mostrarme que el señor tenía razón. Dos veces desmonté la casa. Dos veces la volví a armar.Y con la casa tuve que montar y desmontar ilusiones, energía, trabajos perdidos, favores pedidos... todo en silencio, porque mientras no se firman los contratos no puede decirse nada...
En agosto asumí que no era tiempo de ese cambio. Habían pasado 8 meses de vivir en el aire.
Volví a entrenar y pensé en pasarme enero en Bariloche para compensar. El gimnasio era mi oasis. El único lugar donde todo salía bien. 
Quería una alternativa laboral. Ya era suficiente lo del part time. Tampoco lo logré. 
Llegó una inspección de Metrogás, 45 días sin cocina ni agua caliente, mil angustias y un sueldo invertido en resolverlo. Sumále la quita de subsidios y el 350% de aumento en el ABL. Chau enero en Bariloche. Hola vacaciones en el calor de Buenos Aires que me anula y tanto detesto. 
Sobre eso llegó la lesión y el oasis mutó a espejismo. La meta de cerrar el año con 21k en un fondo se hizo irrealizable.
Y todo esto es sólo lo que estoy dispuesta a asumir en público. Mi 2011 fue un año para arañar, para retener lo que tenía, para no seguir perdiendo. Abandoné la sobreadaptación, mostré firmeza ante la realidad, me enojé con quienes quisieron obligarme a imaginar una realidad que se me hacía esquiva. Cuando no hay, no hay. Caerse de los sueños duele. Caerse de lo que le creemos a los otros sabiendo que es mentira es, además, de idiotas. Yo estaba dispuesta a volver a curarme las heridas -era eso o seguir sangrando, claro- pero no a sentirme idiota consciente. 
No es que no valore lo que tengo ni que no recuerde de dónde vengo, dónde estaba hace 9 años, 7 años, 3 años. Me acuerdo casi todos los días. Pero no me conformo ni pienso que poniendo energía y buena onda llegan las cosas que queremos. 
Por eso, cuando veo que tanta gente agradece un año maravilloso prefiero quedarme callada. Tienen derecho a disfrutarlo. Eso sí, cuando le dicen a 2012 "vas a tener que esforzarte mucho para ser mejor que tu antecesor" yo le digo que se venga nomás, que conmigo el esfuerzo es mínimo. 

jueves, 24 de noviembre de 2011

Gracias, porque no fue en vano

Un día todo parece querer volver a la normalidad. Claro, normalidad entendida como todo eso en lo que consistía la vida antes de que cortaran el gas. 
Quizás la normalidad cambie ahora que todo quiere volver a ser normal. 

No sé cómo agradecer a toda la gente que tuvo palabras de aliento, y menos que menos a todos los que intentaron acercar una idea o un dato para llegar a la solución. A muchos de ellos no los conozco, que es lo que se usa para decir que no los vi en mi vida aunque formen parte de la cotidianeidad a través de las redes sociales. Sin embargo ahí estuvo @animartino rastreando gasistas recomendados entre los porteros de su barrio, @laniniaz pasando el teléfono del suyo, @twyaya llamando a sus amigos contratistas, @arisetton trayendo el teléfono que efectivamente sirvió, @tampocolapavada haciendo de puente con @Bestiario123, @latostadaok sacándome declaraciones como "devuélvanme el derecho a cocinar", @naticarcavallo y @pgbianchi ofertando su cocina, @majogm ofreciéndome asilo sin contraprestación en su Principado (aunque yo sé que iba a terminar paseando a Fox y regando el jardín), @DonRamongo entendiéndome como nadie, @PueblaSol, que un día va a ser mi productora y mientras tanto ensaya,  @estebanrafele que en el medio del bolonqui me ofreció la vicecancillería del país -él va de canciller, claro-, @CarloXL reconociendo mis saberes en café en microondas, @leandrocamino, @solevallejos y tantos otros riéndose de mi humor -en franco descenso mientras iban pasando los días-, preguntando, comentando, compartiendo.

También aportaron amigos y compañeros de otras épocas que vuelven a la vida como adultos a través de las redes sociales. Cris -que me prometió ayuda para pintar el desastre que quedó-, Moni, Martín, Érica, Andrea, Mavi son los que recuerdo ahora y no fueron los únicos.

Mis más altos respetos al #aquelarre que estuvo en ese glorioso chat de BB a cualquier hora, igual que Vale y mis amigos 1.0 que quieren anonimato. Cualquier hora y para las preguntas más pavotas. Nos merecemos un Tuffic gigante, lo digo antes de que empiecen a reclamar #DueloDeBudines ahora que puedo volver a cocinar.

Gracias a Gustavo, a Kari, a Celia. Ellos también supieron estar y yo se los agradezco infinitamente. A veces se construye empatía haciéndole saber al otro que entiende el momento que pasa aunque no tenga una solución disponible. 

Gracias a Pau, que trabaja como recepcionista en el gimnasio pero es mucho, mucho más que eso. "No te preocupes. Podés venir a bañarte todos los días hasta que lo resuelvas, aunque no vengas a entrenar. No traigas nada, acá hay de todo", me dijo. Y así fue. Pensar que yo elegí el gimnasio para entrenar... 

Sé que falta gente en esta lista. Entiendan que un cerebro quemado -vaya paradoja, después de 44 días sin gas- no puede recordar todo y no fui tan prolija como para hacer una listita. Perdón por anticipado. 

Gracias a los protagonistas mudos: el baldecito verde, ese que tiene el tamaño justo para meterse en el microondas y calentar el agua para el baño, el jabón líquido y el pequeño taper que hicieron que el agua caliente rindiera más, "el bolso de bañarse" ida y vuelta al gimnasio, la hornallita fetiche que me prestó Male, las pruebas de rotiserías y la practicidad del DrCotoCocinero. Creo que no quiero volver a ver una milanesa por un par de años. O dos.

No estoy tan sobreadaptada como para agradecer a Metrogas haberme metido en este baile, pero nadie debería darse el lujo de pasar por una experiencia sin haber aprendido algo y yo agradezco que no haya pasado en vano. 
Esta vuelta me ocupé de ejercitar la paciencia. Acepté que pedir ayuda requiere escuchar y ser paciente porque es habitual que el otro piense que el problema empezó cuando él llega mientras una ya recorrió mil opciones.
A veces el otro no reacciona por ayudar sino por lo que le genera el problema. 
A veces el otro cree tener derecho a decidir, cuando el pedido fue aportar algo. 
Manejar estas y otras variables requiere de un equilibrio emocional importante, que no siempre está disponible. 
Elegí priorizar los problemas y no abrir nuevos frentes: a veces la gente que nos quiere coincide en reclamar cosas durante una crisis o elige ese momento para mostrar las supuestas malas decisiones que tomamos. No hay riesgo quirúrgico, no hace falta resolver todo junto. 
Pude plantarme frente al abuso y mostrar que no estaba dispuesta a ser robada con consentimiento. Y todavía me queda hacer la denuncia por estafa al gasista que se fue con el dinero sin hacer el trabajo. 

El capítulo "Gracias irónicas" es para la Administración del edificio, los vecinos individualistas y cero solidarios en todo el proceso, el ENARGAS, los matriculados que no estuvieron a la altura o directamente intentaron una estafa de cuatro cifras.

"Todo viaje es un viaje de ida", decía Juana Paula Manso. Ojalá sea verdad, que este viaje haya llegado a la Estación Terminal y todo vuelva a la normalidad. A una normalidad nueva, mejor si fuera posible. 

jueves, 3 de noviembre de 2011

Justo hoy, Justo.

Hola Monseñor Laguna. 
  Unos días más en la Tierra no eran diferencia. 
Podría haber esperado a que me habilitaran el gas. 


Un día a la rutina más o menos armónica que habías logrado armar se le aflojan las patas: una inspección decide que tu edificio tiene mal habilitadas las conexiones de gas y lo corta.
Se abre un panorama de burocracias, tecnicismos, logística para vivir sin gas por un tiempo largo y variable que depende, más que de ninguna otra cosa, de la suerte.
Llevo 22 días sin gas. Pasaron por mi casa -si no conté mal- 12 gasistas matriculados. Eliminé de la visita los que venían de recomendaciones dudosas, los que avisaron que no tenían matricula. También está el que se autoeliminó después de plantarme dos veces. 
De esos 12 eliminé a los que entraron con cara de "a ver cuánto le puedo cobrar a esta", los que ni quisieron mirar el papel que deja Metrogás, los que no sabían qué tenían que hacer, los que nunca volvieron con el presupuesto, los que intentaron una estafa cobrando más de tres veces lo que pagaron otros vecinos.
Habían pasado 16 días. 16 días de buscar, averiguar, escuchar a otros, tamizar, relativizar, mantener la calma, suspender las vacaciones, esperar, esperar y esperar. 16 días de ver crecer los presupuestos hasta duplicar y casi triplicar los ingresos mensuales. 16 días de baños con agua fría, con un baldecito puesto en el microondas o en el gimnasio. 16 días de comer de rotisería o casi frío, sabiendo que no es lo que hay que comer según el entrenamiento. Y cuatro días de saber que alguien cercano se murió probablemente por no balancear alimentación, descanso y entrenamiento.

De los 12 quedó uno. Un señor muy mayor, a punto de jubilarse. Tiene varias personas a cargo, una de ellas es su hijo. 
Acordamos el modo de trabajo y el precio. Acordamos que yo iba a ocuparme de contratar y pagar al vidriero, que trabajaría según sus indicaciones. 

Acordamos hacer la prueba de hermeticidad -es lo que evalúa si hay pérdidas internas- el miércoles, un día antes de encarar la obra. 

"A las seis de la tarde." 
"¿Está seguro? Mire que puedo volver antes, eh!" 
"No, no, a las seis."
"Mejor, yo salgo de dar una capacitación en Constitución y puedo volver con tiempo." 

El resto de la obra se hacía el jueves, todo el día y viernes si quedaba algo. 

"Mire que me estoy pidiendo los días en el trabajo, ¿eh?"
"No te preocupes, pongo a trabajar a uno en la cocina, a otro en el calefón y otro con la estufa."
"Genial, yo coordino con la vidriería."

Él tenía las rejillas oficiales, las únicas que aprueba Metrogás, él tenía los azulejos de reposición, él cobraba un precio razonable, parecía escuchar y entender.
El sábado vacié toda la cocina. La vida empezaba a parecerse a los años de campamento.

El primer día en que tenía que llamar no llamó. Tenía que haber sido una pauta de alarma.
El primer día en que tenía que venir se atrasó. Cumplida la hora de demora lo llamo. "Ah, si, pasamos temprano, no había nadie", me informa el hijo. Claro, no arreglamos temprano. Arreglamos tarde. Tarde yo estaba, y esperando. "Ah, claro, qué cabeza la mía, ahora que me lo dice me acuerdo que usted me dijo que temprano iba a estar trabajando", me dice el padre. 

Agarro una escoba que tengo para ocasiones especiales y barro para un costadito las ganas de putearlo en arameo. Además, ahora ya no consideraba importante hacer la prueba de hermeticidad un día antes de la obra. 

"Jueves, 9.30. No, antes no, porque tengo que ir a Metrogas." 
"Mire que pedí el día en el trabajo, ¡eh!"

A las 10.30 -claramente, nunca vino- lo llamo. "Ah, sí, es que estoy retrasado. Ya voy."
Pasaron cinco horas y media de retraso, cuatro y media desde la última comunicación. 
Tiene cuatro líneas de teléfono que nadie atiende. 

Mis bolsillos suelen estar llenos de alternativas. Que yo me quede sin alguna alternativa para explorar es algo que pasa cada muerte de obispo. Justo hoy. Justo hoy.


viernes, 14 de octubre de 2011

Gasista matriculado de cabecera, esa nueva necesidad


Perdí la cuenta de la cantidad de "Ah sí, a mi prima -hermano, madre y siguen las opciones- le pasó la semana pasada -el mes pasado, hace dos años" que escuché en el último par de días. Ahora resulta que todos sabían que Metrogas cae de sopetón y corta el gas desatando un proceso de complicaciones que dura un mínimo de 20 días. 20 días sin gas, se entiende, ¿no?

Quizás este post sea un aporte a todos los incautos que todavía no se enteraron. Ojalá sirva para que muchos puedan decirle al pedazodepapavivente de Metrogas (brillante insulto que tomo prestado a un ex alumno dicho a su compañera de 10 años) "In your face, tengo todo bien, devolvéme la conexión".

El proceso es así: la compañía aparece a revisar un supuesto problema, generalmente denunciado DESDE ADENTRO DEL EDIFICIO. Si hay un problema real lo resuelve, y además revisa cada unidad del edificio. Hace un informe por unidad y donde haya alguna "irregularidad", conexión clandestina, defectuosa o lo que ellos consideren peligroso no devuelven el gas. 
Ahí empieza la caza del matriculado, ese sujeto esquivo, aprovechador y más difícil de encontrar libre que un cirujano de moda, que pase un presupuesto, tenga tiempo de trabajar, haga el trabajo y tramite ante Metrogas la reforma para que "en las próximas 72 horas" llegue un auditor que revise todo y habilite nuevamente la conexión.

Ya sé. Pensás que que estás en el grupo de los que le van a decir "In your face..." sin hacer nada. Todos pasamos por ese estadio. Mi mejor consejo es que salgas rápido de ahí. Perdés el tiempo diciendo que no hiciste reformas, que siempre los arreglos y modificaciones las hizo un matriculado, que sos un obsesivo de la seguridad o que eso les pasa a los porteños y que no te va a tocar. No señor. Es para la Argentina completita. Este es un país federal para las desgracias. 
A nosotros no nos salvó ni que el arquitecto del edificio viva en él. Olvidáte de zafar. 
Hay un detalle que te estás perdiendo: la empresa cambia las reglas todo el tiempo y según me informó el ENARGAS (organismo creado para defendernos de los abusos de la empresa de gas, la que sea), las difunde a través de ese papel que manda cada dos meses y que NADIE  que usa home banking mira. (Hay gente que sí lee facturas que me dijo que las normas que cambian no aparecen ahí. Y la empleada de Metrog... perdón, del ENARGAS  me sugirió que presente una nota para plantear mi disconformidad con la estrategia de comunicación de novedades que tiene la empresa. Y yo, que tengo educación y habilidad para el control de impulsos no la mandé a lavarse las partes.)

Pasado en limpio: Metrogas (o la empresa de tu ciudad) puede cambiar las normas de habilitación, no avisar, que caiga una inspección que te deje sin gas. 

No hablamos de algo peligroso: mi edificio es pura ventana. Se construyó y habilitó hace casi 30 años así. Tiene un buen nivel de mantenimiento. Hoy TODOS los departamentos tienen que hacer un AGUJERO EN LA VENTANA PARA PONER UNA REJILLA. Un agujero arriba, porque hay una cocina, y una rejilla abajo porque a 3 cm (3cm, ¿se entiende?) de la cocina hay un lavarropas. Una rejilla de determinadas características, medidas y no sé qué más. Hace dos años un matriculado instaló un calefón con un caño corrugado (sí, se llama como el cartón). Hoy es ilegal usar ese caño. Y hasta que eso no esté cambiado no van a volver a conectar el gas. La única lógica aparente es cumplir una supuesta regla -nunca nos mostraron las normativas- y hacer caja a través de los matriculados. 

Todo el proceso no tarda menos de 20 días. Familias en procesión a bañarse al club, a la casa de la abuela, toneladas de comida de rotisería chorreantes de grasa, bolsos con ropa, amigos que solidarios ofrecen sus cocinas y aparatos eléctricos para comer algo más que salchichas hervidas en microondas. La búsqueda del matriculado, los malabares de gastos para pagar el chiste (por mínimas modificaciones nos están pasando alrededor de 1000 pesos), el dinero perdido por quedarse a gestionar el despiole durante varios días.

A vos, que estás a tiempo, te sugiero que contrates un buen gasista matriculado que revise toda la instalación sin apuros y lo repitas cada tanto. Que apures a la administración del edificio a que haga algo colectivo y organizado. Y si estás por alquilar exijas estos datos antes. En dos días recolecté pilade historias que incluyen un alquiler y mudanza con dos meses sin gas por este temita. Parece que ahora el gasista matriculado de cabecera es otra necesidad. 

¿Que podrían dejar un aviso y dar un plazo para hacer los arreglos? Sí, claro. Pero el ENARGAS  informa que el corte subrepticio es legal. "Metrogas es la única empresa de servicios públicos que puede hacerlo", dice la empleada de Metrog... perdón, del ENARGAS. 
¿Que esta caza de incautos tenga que ver con la cantidad de edificios que hoy se construyen sin instalación de gas? Puede ser. A mercados perdidos hay que buscar otros modos de reactivar la profesión. Pero no sé, no tengo mucho más tiempo de pensar en conspiraciones. 
Tengo que ir a buscar una hornalla eléctrica que me presta una amiga, rogarle nuevamente a una matriculado que venga mañana a ver si afloja y pasar por el gym a bañarme. Y mientras esté sobre la cinta, recordar a esos vecinos históricos generadores de problemas, que, casualmente, "se encuentran de viaje" mientras todos los demás vivimos sin gas. Porque todavía no sabemos quién hizo la denuncia. Averiguarlo queda para después, y cuando lo sepamos necesitaremos una hoguera. O dos.

Buenas tardes. 
(sí, robado a Alejandro Dolina en la Revista Humor, ¿y qué?)



miércoles, 12 de octubre de 2011

Falso Martes 13

Un martes 13 que se desarrolla en miércoles 12 bien puede empezar en martes 11, aunque sea imperceptiblemente. 

"Se informa ... (sarasa sarasa sarasa)... el gas será cortado mañana miércoles 12 entre las 11 y las 16", decía el cartel pegado anoche en el ascensor. Cuentas rápidas: mañana salgo a las 11. Perfecto. El problema no es problema: a la vuelta ya hay gas nuevamente.
Amanece. Los muchachos de Metrogas decidieron arrancar temprano. A las 7 están bajando cosas, 7.30 mi cama se sacude al ritmo de esa herramienta que levanta el pavimento. Divino. 
¿Qué novedades habrá? Busco el teléfono. En Twitter siguen hablando del partido Argentina - Venezuela. Bajo por el TL y el tema se repite. Claro, la última actualización fue hace 7 horas. "Bué, resetear en caliente, más tarde lo hago."
Desde la compu me entero que blackberry tiene un problemita mundial, que no es mi teléfono. Ajá. Anticipo un día duro mientras veo usuarios de otros sistemas morir de risa. Es cierto que hay gente que usa los recursos de blackberry con fines sociales, tanto como que otra tiene montado en su teléfono una serie de recursos para trabajar, que involucran  mucha gente. Yo estoy en medio, y tener un día de trabajo en la calle no ayudaba mucho.

8.30 saltó el calefón, avisando del corte de gas. Sí, sí, el falso martes 13 seguía con ducha de agua fría.
La mañana transcurrió resolviendo problemas laborales cotidianos que no pueden achacarse a un falso martes 13.

"¿Usted quiere que hagamos el trabajo rápido o bien?" le grita el empleado de Metrogas a una vecina. "Ay, señor, qué duro va a ser esto", pienso mientras espero el colectivo, 18 minutos a las 11 de la mañana. Llego a Constitución después de una hora y media de viaje, 700 pins del colega que me estaba esperando y nunca me llegaron, 3 llamadas perdidas y cero modo de conectarme con él para avisar que el viaje de una hora tuvo 50% de inflación: cambió su número y sólo nos conectamos por mail y BBM. Pero llego. Nadie me vio cruzar la 9 de julio. Bueno, deseo que nadie me haya visto cruzar tan mal.

Me pierdo dentro de un edificio en el que programé un evento hace 3 meses manejando los planos. Me odio, por eso, por tener que pedir ayuda y por llegar tarde. También odio no tener presentación porque el aula no tiene internet y yo la dejé colgada. El falso martes 13 venía a todo vapor.

"Acompañáme a buscar los documentos y te invito a comer a un lugar que a mi me gusta mucho", me propone colega después de la clase compartida. Genial, cambiemos de aire. 
Le propongo los atajos para evitar los obstáculos que pone el personal de seguridad del RENAPER pero fracasamos estrepitosamente y nos vamos a la hora con las manos vacías, o llenas de impotencia frente al abuso de poder y maltrato al ciudadano. "Y ENCIMA NO LO PUEDO TWITTEAR", me desespero. 

La comida fue un remanso de trabajo y tranquilidad, salpicados por el intercambio de los mails y pins y botellas al mar que cada uno mandó al otro. Cada vibración de uno de los dos teléfonos era una alegría compartida. ¿A ver, a ver? ¿Tuyo o mío? ¿Qué te entró? Sí, ya sé: dos quinceañeras. En fin. 

Ahora, charlemos de la lluvia que se largó y de la cual yo no estaba avisada. "I'm singing in the rain...", cantaba una nena mientras revoleaba el paraguas y yo chapoteaba en las vereditas angostas de San Telmo y pensaba en las mañanas de lluvia con Magdalena en la radio, y Fred Astaire...

¿No es genial esperar el 29 abajo de la lluvia por 15 minutos en una vereda en donde no entran dos personas? No, no es genial. Menos tardar una hora 25 en llegar a entrenar y felicitarme por llevar un cambio de zapatillas encima. Porque... ¿quién no lleva un cambio de zapatillas encima por si se larga a llover pero no carga un paraguas? (Nosotros, la izquier... no,, perdón)

Corro y pienso. ¿En qué habrá quedado lo del gas? ¿Habrán terminado antes de la lluvia? Imagino una vida sin agua caliente. La practicidad me lleva a plantearme si no debería bañarme en el gimnasio, aunque no tenga un tercer cambio de ropa. Si decido llevar un tercer cambio tendría que cambiar bolso por container. 
"Seee... elongué re bien", me despido. Hago tres cuadras en la oscuridad, bajo la lluvia, saltando charcos, baldosas flojas y desechos perrunos reblandecidos. "Y eso que vivo en una zona favorecida...¿cómo se vivirá en Barracas? Y si no hay gas ¿qué tengo en el freezer para bajar?" Si, no andaba con un pensamiento muy lineal. ¿Sería la abstinencia de twitter? #komosaver... 

 La cara del portero y la playa de estacionamiento de deliverys en que se había convertido la vereda de casa me avisaban que el falso martes 13 estaba vivo. Y el gas estaba muerto. Y el portero no sabía cómo decirme lo que tenía para decir, que iba a repetir a los otros 45 adultos responsables de una casa."Puede que vengan hoy, hasta las 22, o mañana, todo el día a las 22. Al departamento que no puedan entrar no le van a dar gas. Y al que tenga conexiones ilegales tampoco. Sí, si, sin horario." El hombre estaba desencajado. Todos sabemos que era un abuso de parte de una empresa que buscaba hacer caja. "Son burocracias, son burocracias, la pérdida era sobre un caño de la calle y ya está resuelta", se desesperaba. Subí a la segunda ducha con agua helada del día cuando empezaba a bajar la gente que hizo conexiones ilegales de gas a llorar su desgracia. Para ellos el falso martes 13 amenazaba con prolongarse más que el mío. 

Son las 22. La cuadrilla no llegó. El paquete blackberry tampoco. Y la vida sigue.
Un martes 13 que se desarrolla en miércoles 12 bien puede empezar en martes 11, aunque sea imperceptiblemente. Y terminar en jueves 13. O no tener fecha cierta de terminación. #komosaver...

jueves, 8 de septiembre de 2011

Tendinitis colectiva

Ayer los trabajadores del subte decidieron no cargar las tarjetas con las que viajan unos dos millones de personas en toda la región metropolitana de la ciudad de Buenos Aires. El argumento que eligieron para justificar la medida fue que causaba tendinitis, una lesión frecuente cuando se usa mal y /o excesivamente una zona en la que hay tendones. (Sé de lo que hablo: tuve mi primer yeso a los 15 y varios después por padecerla.)

La medida desató mucho enojo y una serie de comentarios que circularon a través de las redes sociales. La mayoría de los que vi fueron descalificatorios hacia un grupo de trabajadores que está exigiendo mejores condiciones de trabajo, cierto, con un argumento que deberían haber evaluado mejor cómo comunicar.

El enojo es parcialmente entendible. ¿Cómo no enojarse cuando no se puede llegar al trabajo, a la facultad, a cualquier lugar en donde nos esperan y donde asumimos un compromiso? Probablemente no hablemos de personas muy solidarias que digamos (son los mismos que cada mañana empujan, que "se duermen" en el asiento cuando sube una embarazada o un señor con bastón, que taponan la puerta cuando no van a bajar). La solidaridad endogámica de los trabajadores del subte molestó, quizás porque haya funcionado en espejo: no parece haber más solidaridad que con uno mismo y con el breve grupo de referencia en el que nos movemos. 

Es cierto que en este caso el enojo se dirige a trabajadores que maltratan al usuario y no muestran mucha iniciativa por nada que no sea en su propio beneficio. Es raro encontrar un trabajador del subte que sonría, que responda a una pregunta, que mire a los ojos, que mientras atiende una ventanilla no esté conversando con otro, que avise que te vende una tarjeta para un subte que está demorado en vez de sugerir una vía alternativa, que no esté contestando un SMS. Cuando atienden al público no hacen un favor sino que cumplen con su parte del compromiso, pero al hacerlo de mala gana cargan una energía que lleva a sentir que hacen un favor. Tierra fértil para sembrar enojo, resentimiento, violencia simbólica.

Nada de lo poco feliz que haga una de las partes justifica lo que haga la otra. Una vez egresados de la sala de 5 todo comentario que se justifique con un "él empezó" o un "si ella lo hace yo también tengo derecho" da cuenta de profunda inmadurez. 

Una de las cosas en las que me quedé pensando es en que las quejas destapan lo mal que se vive en algunos trabajos, cómo esto está naturalizado y cómo la cultura del sufrimiento está estampada en cada cosa que hacemos. Parece que si no se sufre no se está viviendo. 

"¡¡Ah, pero trabajar en una colonia no es trabajo, todo el día al sol en la pileta, qué viva vos!!", repetía mi madre. Explicarle que tenía un grupo de pibes a cargo y toda la responsabilidad que eso implicaba nunca sirvió. Si se sufre es trabajo, si no, no. 

Y no sólo nos sentimos con derecho a catalogar qué es trabajo. Todo ese enojo deja a la vista que mucha gente piensa "si yo sufro en mi trabajo todos deberían sufrir". Entonces, que otros tengan jefes o patrones que cumplen las leyes y gremios que pelean por buenas condiciones laborales es un problema. Claro, porque cuando se es parte de una institución que no reelige compañeros con aspiraciones gremiales o que frente a un accidente de trabajo no llama a la ART y obliga a cumplir el horario, cuando en la empresa no hay donde ni cuando comer, o niega las necesidades de los humanos exigiendo usar sólo el cerebro y las manos so pena de perder el trabajo podés acostumbrarte a que eso es lo correcto. 

Terminás pensando que nada puede interponerse a la conservación del trabajo, incluso cuando tu propia vida está en juego. Por eso, cualquiera que muestre que hay otras opciones es visto como el enemigo. Ridiculizarlo es parte de una defensa. 

¿Y si empezamos a exigir los derechos que nos corresponden en los trabajos que tenemos? ¿Y si ejercemos el derecho a la felicidad incluso con un trabajo que no colabora? Yo lo ejerzo cada día. 

La mayoría de las tendinitis que sentís que te arruinan la vida dependen de lo que vos te ocupes de cambiar.   






lunes, 22 de agosto de 2011

Alcanza con decidir


No esperes el momento perfecto, toma el momento y hazlo perfecto a tu manera.(robado de un tuit de Leti)



Me tomé la licencia de resolver que decidir viene del verbo hacer.
Nunca era un buen momento hasta que decidí que el buen momento era hoy, cuando no me importó el frío ni los gritos a la madrugada de mis pequeños vecinos. Me levanté con la sonrisa lista para volver a rodear dos veces el lago, até la  llave de casa a la zapatilla -es el punto de partida- y recordé los 10k que metí con -1º, así que estos 3º no serían obstáculo.

En la calle había poca gente, encamperada hasta la capucha, que mira mis gemelos descubiertos y la camperita de micropolar con incredulidad y algo de envidia. Me apuré. Creo que si una señora hubiera sabido que la remera era de manga corta me mandaba de vuelta. El frío del agua de la botella traspasaba los guantes de lana. ¿Mi excusa? Probar las zapatillas nuevas en calle. ¿Mi deseo? Volver. ¿Volver a qué? Volver a poder: correr, respirar ordenadamente, armar el cuerpo sin que sobre nada, estar entre gente a la que le gustan cosas parecidas, pensar con la cabeza libre, sonreír después del esfuerzo, que el esfuerzo no sea tanto, que cada vez haya nuevos esfuerzos. Correr me abre un mundo y quiero ese mundo. El pendiente estaba en salir a buscarlo.

Llené de preguntas la caminata hasta el lago. ¿Y si no llego? ¿Y si no puedo? ¿Qué piensa un tipo que te toca bocina desde arriba de un auto? ¿Estará abierto el local de Nike? ¿Y si no llego? ¿Y si no puedo? ¿No es medio idiota no pisar el pasto al cruzar la plaza? ¿Y si de vuelta paso por Jauja? ¿Y si no llego? ¿Y si no puedo?  ¿Por qué estos del gobierno no pintan sendas en todos los parques así no tengo que ir hasta el lago? ¿Para qué traje agua helada que me está congelando los dedos? ¿Y si no llego? ¿Y si no puedo? ¿Llegaré a ver Cerro Bayo esta tarde o me desintegraré antes?

Libertador, bicisenda y después. Busqué mis lugares para elongar y las marcas que ayudan a hacer las cuentas cuando no salgo del punto cero.  
“Salgo del 600, cuando llego a 1600 tengo un km” proyecto. Quiero poner la mente en blanco y armar algo. No sabía qué, era “algo”. Y esos “algo” suelen ser nada, así que la cabeza se me fue en esa pila de vaguedades que se cruzan entre los números. Hay mucho señor lindo por mirar y pasados los primeros 10 minutos, la respiración ya está ordenada.  

Está lindo el lago, incluso sin los verdes que el invierno le robó. Hay loros, petirrojos y un pájaro entre gris y marrón, gordito, bonito, que no conozco. Las torcazas se persiguen, nada cambió ahí. Los patos y los gansos nadan en grupo y algunos andan sueltos, casi como los corredores, patinadores y caminantes. Somos pocos. El frío hace que estemos los que queremos estar. Hay poco bobo por esquivar, y poco peligro de ser atropellada. I DE AL.

Dos mujeres que venían en un grupo delante retroceden y caminan. “Dimos 5, estamos descansando un poco, queeee, ¿no podemos?”, le contestan a un señor grande de calza larga y sombrero de lana. Hago cuentas: 5 vueltas son 8k y yo no llego a 1.6. Todavía.
Atención: a este ya lo crucé dos veces y voy por la primera vuelta. Está todo mal. No estoy rindiendo”, pienso. Una idiota, porque los tiempos muestran que sí estoy rindiendo.
 Vuelta completa, mirar el tiempo”, recuerdo. Y miro. Nada mal.

El viento me pega en la cara y pienso en que había planeado hacer esto todas las semanas rodeando una parte del Nahuel Huapí. Se me encoge el corazón pero sonrío mientras canto “voy a tomar la ruta 3, una mañana para no volver…”. Entro y salgo de la nube de humo del choripanero, esquivo a cuatro adolescentes que toman toda la senda, regulo el aire, marco la pisada.  
Mirar el tiempo, y mirarlo en cada km, vine por 3.2 pero ojito, puedo estirar un 4…

Es hora de sacarse la campera. Pierdo el ritmo de la respiración pero puedo seguir. Ya entré en la tercera vuelta y pasé el objetivo inicial. Pensar que el resto viene de regalo me saca una sonrisa.
Apa. A este que viene de contramano lo pasé yo tres veces en una misma vuelta.” Je. Parece que estoy pudiendo.
Descubro un par de grupos que elongan y se reponen en los costados. “Podría ir a averg… nah, a sé qué poca vida tiene eso en esta etapa”, pienso.
Me adelanto a dos que van con las ristras de chorizos al puesto central. Hay cosas que no deberíamos ver. No señor. Pienso en mi trainner: “Pisadas cortas, respiraciones cortas, como los maratonistas”.
Me animo a un 4.5k, y cierro en 5.

A elongar al Patio Andaluz. El agua de la fuente cae con música y busco los recovecos conocidos mientras repaso cada grupo muscular. Es hora de volver a la camperita y salir antes de enfriarse.
“¡¡Eh!!¿Ese que me pasaba cinco veces por vuelta hace pasadas con avance y retroceso?” La felicidad me desborda. No me pasaba nada.

Salteo al gordito del puesto de choripan.
Me encanta la sonrisa que traigo cuando cruzo por Libertador a los que recién van llegando y ver las caras de los que desayunan en los bares cuando ven a los corredores mientras piensan “qué ganas, eh!”.
No me quiero perder ni un cachito del verde del parque. Mis ojos se llevan los árboles al microcentro mañana.
Pienso en mi trainner. “5 en 38. Y recargada.” Eso tengo para decirle. Y que para volver alcanza con decidir, que viene del verbo hacer.

lunes, 23 de mayo de 2011

Responsabilidad, una llave para sentirse (más) seguro

El viernes último un adolescente, a quien alguien de nuestro edificio dejó ingresar en él, robó a mano armada a una vecina. Esperó sentado en la escalera a que ingresara una víctima adecuada; antes de medianoche la encontró y la obligó a abrirle su departamento a punta de pistola. Los vecinos se movilizaron proponiendo diferentes medidas de seguridad. Esta es mi carta a ellos.

Estimados todos:
Recibí  los correos de dos de nuestros vecinos preocupados por la seguridad en el edificio. Acuerdo con ellos y con todos con quienes conversé: la seguridad nos preocupa.

También acuerdo con que es una buena oportunidad de dejar diferencias personales: sólo elegimos a la gente con la que convivimos puertas adentro de los departamentos pero todos compartimos espacios comunes y lo que hacen algunos afecta a todos. Motivo suficiente para acordar.

Y celebro que se haya organizado esta instancia de intercambio virtual. La escritura permite pensar y revisar con menos pasión si eso que se quiere decir está dicho.

Comparto lo que comenté hoy en una reunión espontánea: dudo de la posibilidad de sentirse seguro. No hay un método para garantizar que “el edificio” no vuelva a sufrir un ataque. No conozco rejas, cámaras, personal específico que garanticen que eso no vuelva a pasar. Son herramientas que sólo dan ilusión de “estar haciendo algo”.

Hay una industria que vive del miedo, cualquiera que haga un básico análisis de lo que emiten algunos medios de comunicación lo nota. El miedo prende, es muy lógico, cuando el riesgo nos toca de cerca. Por eso es lógico que se haya generado toda esta agitación. Yo también siento el riesgo más cerca que la semana pasada.

No quiero subirme a ese miedo, que como todo miedo es irracional: la lógica muestra que para ingresar tengo que abrir la reja, y por el mismo espacio en el que entro yo entra otro; que las cámaras (que alguien tiene que mirar) sirven para saber qué pasó, no para lograr que eso no pase; el día en el que alguien quiera entrar armado me lleva puesta junto con el señor de “seguridad”…
Hace unas semanas, un amigo dueño de una productora televisiva ingresó en la propiedad para descubrir que durante la noche la vaciaron. Se llevaron costosísimos equipos, masters de todos los programas, hasta los Martín Fierro ganados. Todo. La propiedad estaba cubierta por un sistema de alarmas que nunca sonó. Él sí se ocupo de “estar cubierto”, de “estar seguro”. Ahí anda, empezando de nuevo.

Responsabilizarse por las cosas que cada uno hace para generar un ambiente seguro sí permite construir seguridad, para uno y para todos. Revisar no ser seguido cuando se ingresa en el edificio, no dejar entrar a desconocidos aún cuando parezca grosero o poco comprensivo,  controlar cerrar la puerta de manera completa antes de despegar la vista de ella son algunos ejemplos. Reviso lo que escribo mientras noto que en el palier, del otro lado de la puerta desde hace rato hay una reunión familiar, tan despreocupada que las risas tapan el sonido de la radio. Y dejo para otro momento el fumar dentro del ascensor, el correr o instalarse en las escaleras, el estar a los gritos en horas de descanso porque entiendo que no es el punto de urgencia.

Poseer una llave genera una responsabilidad: la que recibí a los 10 años venía con una serie de recomendaciones, y están en la lista de cosas que valoro. Sería adecuado que cada responsable de hogar  revise a quién le dio una llave de la casa de todos y evalúe si esa persona tiene la madurez necesaria para tener semejante responsabilidad (No hablo de edad sino de madurez: esta mañana un adulto que supera los 50 años dejó la puerta abierta). Evaluar esto es una acción personal o familiar que no exige dinero sino racionalidad y compromiso.  Por ahí empezaría yo. Hacerse cargo es una decisión personal, que cuando se ejecuta no puede sino traer beneficios. En este caso, para todos. No es poco.

domingo, 1 de mayo de 2011

Los otros trabajadores.

Desde chica pienso en los otros. Los otros son esos que siendo parte de un suceso se quedan afuera.
Hoy, en el día de los trabajadores estuve pensando en los otros.
No pensé en los que tienen un buen trabajo, esos que pueden hacer carrera, crecer profesionalmente y estar cubiertos por la ley.
Pensé en esos otros que no tienen trabajo  aún haciendo todo lo posible para tenerlo. En esos con los que el mercado es aún más hostil: los discapacitados, los mayores, los “sobrecalificados”, los que no estudiaron, los que no pasan los parámetros de “buena presencia” asociados más al prejuicio que al buen desempeño.
Y en los que no deberían tener trabajo, pero ahí andan, muchas veces en situaciones de peligro y abuso : los chicos y los adultos mayores.
Pensé en los trabajadores explotados, en negro, con contratos reiterados y sucesivos, sin respeto por la ley ni sus derechos.
En los que trabajan por sueldos, honorarios o cuotas por contrato que minimizan su capacidad y su tarea a la hora de cobrar y la sobreexigen a la hora de trabajar.
En los que suman “curritos” porque con un solo empleo no alcanza.
En los que fichan y que por dos minutos tarde compensan media hora independientemente de qué haya causado la demora o la influencia que la demora tenga en su tarea.
En los que trabajan viendo como algunos inútiles con portación de apellido o pertenencia son mejor tratados simplemente por eso. Y en los que, peor aún, tienen que levantar los destrozos que estos inimputables generan.
En los que son maltratados en tanto seres humanos por sus jefes directos o los que toman decisiones desde más arriba, en un maltrato abierto de gritos y órdenes intempestivas tanto como el que no reconoce que un ser humano necesita luz diurna, aire, espacio para moverse, comer y tantas otras necesidades que no tienen los robots. En los que respiran sustancias tóxicas, en los que padecen distintas contaminaciones en el trabajo. Y en los que estando en mejor condición interceden para que los compañeros sean bien tratados aún a riesgo de perder “el privilegio” de tener mejor suerte.
En los que padecen jefes que desconocen el efecto de reconocer los logros, de potenciar las fortalezas y trabajar las debilidades en un equipo. O los que padecen jefes que desconocen el valor de trabajar en equipo. 
En los que están a la sombra mientras otros firman, brillan y se llevan los réditos por su trabajo.
En los que reiteradamente son socios en las pérdidas y empleados en las ganancias. Y en los que se animaron, lograron una expropiación y recuperaron una fábrica con trabajo para muchos.
En los que saben que aún dejándolo todo,  un día el empleador dirá “basta para mí” y tocará volver a actualizar el CV.
En los que estudiaron con profunda vocación y cuando buscaron trabajo el mercado no estaba para recibirlos.
En los que después de llorar hasta que se acabaron las lágrimas se reinventaron una y mil veces y siguen trabajando.
En los que viajan horas como ganado para que sus hijos coman. Y en los que comen un pancho en la calle para que los chicos coman mejor en casa.

En los que juegan al equilibrista entre las convicciones, los valores y la necesidad de pagar las cuentas. Y a los que alguna vez – o muchas- patearon el tablero sabiendo que se venía un combo arroz/polenta/fideos por tiempo indeterminado pero que con la ética no se jode. 

Aclaración necesarísima: en LOS OTROS estamos incluidas las mujeres. Por si las moscas. Y los moscos.

viernes, 29 de abril de 2011

Me gusta ser mujer. Mujer.

    “Para realizarte como mujer tenés que tener un hijo.” 
     “El sentido de ser mujer te lo da ser madre.” 
     “Ninguna mujer es verdaderamente mujer hasta que  no tiene un hijo.” 
     “Tener un hijo es la experiencia sublime que te hace ser mujer.”




     Estas y otras expresiones similares son habituales en muchas mujeres y en algunos hombres. Me tocó escucharlas en silencio por muchos años. Después de todo, cuando una no pasó por la experiencia no tiene con qué refutar. Creía que tenían razón. Creía, con toda la fuerza que puede tener una creencia mientras seguía disfrutando de una vida sin hijos. Sí, disfrutando y ampliamente, tal como hacen muchas mujeres que conozco. Llegué a pensar que “salí fallada” por no desear tener hijos, una "falla" que años de distintas terapias no lograron "resolver". 

     Un día puse todas las piezas sobre la mesa y traté de armar el juego, pero, como en la vida, las cosas no encajaban:
         Si yo llevo una vida plena y feliz como mujer, aún cuando no tengo hijos.
        Si tantas mujeres que conozco tampoco los tienen y la pasan incluso bastante mejor que yo ¿qué tan cierta es toda esa línea argumental?

     Tener un hijo, ciertamente puede ser una experiencia maravillosa. Criarlo también. (Es cierto que a veces no lo es tanto, y otras veces es un infierno de mierda, para qué negarlo, pero la cosa no viene por ahí.) Todas y cada una de las cosas que viven las madres a diario ligadas a la emoción de dar vida y ver crecer a alguien que salió de su interior debe ser sublime. Le doy crédito a eso.

     Y este es el momento en el que seguramente aparezca alguien diciendo “cómo vas a comparar con ..." (completar a gusto). Porque lo que quiero decir es que no entiendo cómo alguien puede poner una y sólo una experiencia en el punto más alto cuando esa experiencia suele impedirle disfrutar –o padecer, o transitar- de otras.

     Cuando alguien elige tener hijos –siempre lo elige, por acción o por omisión- tiene una responsabilidad por muchos años. Asumirla le quita energía, tiempo y disponibilidad interna para otras cosas, sobre todo cuando se hace dándole a esos chicos lo que necesitan. Entonces: ¿qué tiempo, energía y disponibilidad interior quedan para vivir otras experiencias? ¿Cómo hace esa mujer para saber que ser madre es el único modo de realizarse si nunca hizo cumbre en el Aconcagua, si no dirige una empresa, si no se mueve con libertad para tomar decisiones porque alguien depende de una? ¿Cuántas veces se animó a dejar un trabajo agobiante en el que es maltratada con alegría aunque tenga que dormir en el piso y comer polenta por meses para apostar a otra cosa? A mí lo que me parece sublime es la libertad para decidir. ¿Es menos esa libertad que la maternidad al definir el ser mujer?

     Si ser mujer es una construcción social ¿Por qué una mujer es vista como más mujer cuando tiene hijos que cuando elige no tenerlos? Te invito a pensarlo. 

viernes, 4 de marzo de 2011

Durmiendo con el enemigo

¿Alguna vez deseaste mucho, MUCHO, pero MUCHO algo? Además: ¿te ocupaste por formarte y hacer de todo para lograrlo? Y más todavía: ¿necesitás trabajar para vivir? Si te pasaron estas cosas, o podés ponerte en la piel de alguien que las vive vas a poder entender lo que quiero contar.

Transcurría el día de trabajo cuando veo que @llanosrodolfo pone el siguiente tweet: "necesito un locutor que me grabe un renglon para un laburo... tiene que ser precio super economico!"

No era un gran trabajo, ni era un trabajo fijo. La persona que lo oferta no es de necesitar locutores: es probable que no vinieran otros trabajos detrás de este. Quizás llevara más gastos que dinero a cobrar. Pero era trabajo pago.

Parece una locura tener que destacar que es un trabajo pago, pero los que nos formamos para trabajar en medios sabemos que el deseo de trabajar atenta contra el propio mercado de trabajo. Los medios están llenos de personas que aceptan trabajar gratis e incluso pagando por hacerlo. Trabajan para empresarios que engrosan sus cuentas bancarias aprovechándose del deseo y de la necesidad de entrar en un mercado, para, quizás, alguna vez, si se tiene suerte y las coordenadas se encuadran, uno entre cientos pueda llegar a un trabajo que permita pagar las cuentas. Vos, que intentaste explicarle a Don Telefónica de tu orgullo por la "pasantía" radial, o vos, que quisiste pagarle a Don Carrefour con un ejemplar de la revista en la que colaborás, sabés que no son valores de cambio en la sociedad en la que vivimos.

Así y todo hice un vínculo entre un amigo, excelente locutor él, y @llanosrodolfo. Al querer chequear cómo iba eso encuentro esta conversación: http://i51.tinypic.com/r2w001.png
Una locutora, que aclara que trabaja de otra cosa y que suele "grabar para amigos" se ofrece a hacerlo gratis.

Quizás sea un buena chica, de esas que nunca se planteó por qué teniendo una matrícula del ISER se gana la vida en otra actividad. Quizás lo sepa y no tenga que ver con un mercado perverso. Lo cierto es que con este acto mínimo colabora para seguir engrosándolo, y justo cuando el empresario estaba dispuesto a pagar por la locución.  

Los empresarios que se aprovechan de la necesidad, del deseo y de la ilusión son muchos. Tener la neurona atenta para saber a quién se le dona el trabajo y a quién se le cobra y cuánto es parte de lo que nos compromete, sea como periodistas, locutores o fiambreros. Vale para cualquier rubro. Al elegir regalar trabajo es útil revisar si realmente es una necesidad, y si al hacerlo no se afecta a otros. Ojo, porque solemos quejarnos de las actitudes abusivas de los que nos dan trabajo sin ver que somos responsables por no tener una mirada crítica. Ojo, porque a veces somos nuestro propio enemigo. 

Cuando hay alguien que no acepta trabajar gratis para un empresario, viene otro que sí acepta. Sueño con el día en que no seamos sólo algunos los que decimos #GratisNoSeLabura. Sueño con el día en que nadie trabaje gratis. Si TODOS decimos "NO, GRACIAS" los empresarios se plantearán abrir los bolsillos y pagar el trabajo. Mientras tanto ¿por qué pagarían por algo que tienen gratis?


jueves, 27 de enero de 2011

Dos anillos


"¿Qué es ese anillo?", fue la pregunta de una amiga. Nos conocemos bastante como para que recuerde mis negativas a comprar esos adefesios que venden en las ferias artesanales en las que caemos cada tanto. Un mes de distancia no parecían justificar tanto cambio. "Es que solté algo viejo que ya no servía y pude encontrar algo nuevo.
Claro, no me entendió. Entonces le conté la historia:

Marzo de 2007.
Plaza Pagano, la Feria de Artesanos de El Bolsón era una fiesta. Mi vida intentaba relajarse en unas raras vacaciones. Me despegaba del trabajo en la clínica por primera vez en mucho tiempo sabiendo que varias personas iban a esforzarse por crear problemas. Estaba aprendiendo a soltar. 
Me muevo al anfiteatro de la plaza para atender el teléfono. La asistente que dejé a cargo suena angustiada, a punto de llorar. Me cuenta que lo que temíamos pasó: hay gente creando problemas. Me enfoco: estoy de vacaciones. Serán unos minutos para organizarla, contenerla, fortalecerla y volver a la feria. 
Así es: vuelvo y decido comprar un anillo simple, unas onditas de plata encerrando el anular. Necesito algo que simbolice el momento: enfocarse, no perder el eje, el trabajo es una parte de la vida, la vida es un espacio para ser disfrutado. Esas cosas. 

El anillo me acompañó en el proceso de diferenciarme de la clínica. (Aclaración necesarísima: en ese lugar he llegado a trabajar entre 15 y 18 horas diarias sin feriados ni descansos) Parece una pavada pero estar ahí, a un golpe de ojo, me ayudaba a recordar. "La vida es más que este infierno en el que trabajo", parecía decirme en cada reunión sin sentido, en cada agresión, en cada gesto fuera de lugar. 
Un día noté que no estaba más. Quizás voló desde arriba de la cinta cuando entrenaba la tarde anterior, no lo sé. El mundo se caía. Mi mundo se caía.
Me prometí recuperarlo. Recuperarlo era tener el mismo de nuevo. Ergo: recuperarlo era imposible. Lo que yo quería era ESE objeto, que simbolizaba ESA experiencia. Y ESO se quebró, no estaba más. Estaba sola, pero no quería enterarme. 

Enero de 2011
Plaza Pagano. La Feria de Artesanos de El Bolsón es una fiesta. La recorro sabiendo lo que busco: ahí está mi anillo. Me lo pruebo emocionada y ¡el horror! Descubro que me queda simplemente espantoso.
Me miento: tengo las manos arruinadas por el clima y el armado de equipajes. Más tarde. Y más tarde es igual, entonces mañana.
Pero después de la lima de uñas, de cremas, de arreglo de cutículas sigue siendo igual: ese anillo ya no es para mi mano, así como desde hacía dos años esa clínica ya no era para mí. En esos dos años sin clínica y sin anillo yo no había parado de crecer. 
Una idea bajó y me rodeó: si ya no es lo que era, no sirve. Necesitaba un anillo para recordar un nuevo compromiso. Un anillo que no estaba en la Plaza Pagano, como no estuvo en las ferias de artesanos de Bariloche ni en la fiesta de las familias mapuches de Junín de los Andes. 
Inicié una búsqueda casi militante, y lo encontré en una joyería chiquita a la que me mandó una barilochense. "No se usa eso. Ahora se usan anillos grandes, con piedras, con sellos, con dorados... lo que vos querés es... es... es como una alianza...", ensayó el joyero tratando de complacerme. Sonreí. Me salió una sonrisa profunda, desde adentro. "Sí. Yo necesito una alianza."
Una línea de plata con una fila de piedritas azules intercaladas navega en mi anular izquierdo. Azules como el color del Nahuel Huapí esa tarde. Azules como el azul profundo cuando queda un hilo de resplandor entre el lago y la montaña.

Anoche le contaba a mi amiga que me voy a vivir a Bariloche mientras miraba mi anillo de piedras azules. "¿Qué es ese anillo?", me preguntó. Y yo le conté la historia. 

lunes, 17 de enero de 2011

Vino un viento en Bariloche

Se desparramó la noticia. Está bien, no sabía bien cómo y cuándo contarla y se escapó desde la ansiedad por concretarla. Ya aprendí que lo perfecto es enemigo de lo posible.

"Un día va a venir un viento y te va a dejar la cara así", decía mi abuela cuando con mi hermana nos hacíamos muecas de burla. Hoy estaría orgullosa de saber que bajando de un micro vino un viento barilochense que me dijo "Vos a Buenos Aires no te volvés"

Soñé vivir en Bariloche desde1983. ¿Miedo? ¿Autoestima baja? ¿Pensar que no iba a poder? Quizás. Quienes me conocen saben que en estos años encaré desafíos fuertes... y ¿quien puede decir si son más o menos difíciles de afrontar? 

Hay un tiempo para todo. Este es mi tiempo de migrar a Bariloche y profundizar el cambio de estilo de vida que inicié hace unos años. Cambio subte suspendido por colectivo con vista al lago. Cambio esperar la cinta en el gym por las pasadas en la montaña.

Esta mañana cuando corrió la noticia vía Twitter tomé conciencia de que el afecto que yo le tengo a muchos seguidores es recíproco. Me emocionaron con sus respuestas y me hicieron pensar que al no conocerme tanto, una ayuda para la ayuda puede ser un post orientador.

Lo imprescindible para armar la movida es tener un trabajo estable, digno, que pague bien y regularmente y que yo pueda y sepa hacer. Vivo de mi trabajo, necesito que sea así. 
Disfruto trabajando en actividades que le sirvan y le generen bienestar a la gente. No a la familia Lagente, vecinos de la Sra Mirtha en Barrio Parque y José Ignacio, sino a las personas. 

La otra pata central es tener un lugar donde vivir. Un lugar chico y con intimidad estaría bien para empezar. (Sí, hace unos meses pensaba en una cabaña con vista al lago, pero ya entendí) También tengo que encontrar un inquilino confiable para la casa que dejo en Buenos Aires e interesados en cosas que no podré dejar ni llevar.

¿De qué puedo trabajar? Ensayo algo breve y de memoria: 

Las patas centrales de mi formación son tres: educación, comunicación y salud.

En educación trabajé con niños desde los 3 años hasta adultos en programas formales en todos los niveles educativos -también en entorno virtual-. En educación no formal desarrollé actividades en recreación y en turismo. 

En comunicación hice radio, TV, gráfica y algo de prensa. La mayoría de mis notas firmadas se pueden ver www.lanacion.com.ar 

En salud mi actividad más importante fue el armado, gestión, supervisión y auditoría de un programa de actividades de internación de 12 horas diarias los 7 días de la semana en una clínica que trata enfermedades crónicas y que es parte de una red de instituciones dedicadas a la temática. Programé contenidos en consenso con los diferentes jefes de áreas, las actividades-con sus materiales, recursos y espacios-, la selección, inducción y capacitación de profesionales en servicio y la auditoría de todas las actividades. En los veranos desarrollé proyectos para ampliar la cantidad de camas en sedes paralelas incluyendo áreas de SPA. Para ello me tuve que formar en educación terapéutica, especialidad que se ocupa de promover el cambio de estilo de vida en pacientes con enfermedades crónicas. 

En los últimos años produje distintos trabajos de aplicación académica. 
También puedo ser parte de un equipo que trabaje en la industria de la hospitalidad; conozco la zona y suelo hacerlo de manera informal. 

Y sí, uso redes sociales, particularmente Twitter. Me encontrás por acá, o por allá como @domanand 

Querido Coronel Pringles. La canté tantos, tantos años sabiendo que un día iba a ser verdad. Un viento frío me pegó en la cara y no me dejó volver. Brindo por eso. 



jueves, 13 de enero de 2011

Las oportunidades no vienen solas

¿Parar para bloguear o seguir hasta que caiga el sol?
Bariloche me resuelve la disyuntiva con un día de lluvia.
Llevo varios días viendo verdes y azules, pero la sensación de aire libre no es por acumulación. Alcanzó con despertar dentro del micro, correr la cortina y ver la Patagonia. 


"¿Te imaginás lo que es ir a laburar y desde el colectivo ver este paisaje?", es la frase más escuchada en el 10, el 11 o el 20 que unen el centro de Bariloche con el Llao-Llao y Colonia Suiza. Claro que no es lo mismo esperar el colectivo entre turistas de verano que hacerlo en el frío y la nieve de los cortos días de junio. Pero ¿cuánto más difícil es tolerar los 40º de Buenos Aires y el no poder tomar el subte porque la demanda supera a la oferta?
¿Es más complicado iniciar nuevos vínculos o soportar la locura de quienes no saben disfrutar de la vida?



Me pregunto si no es hora de cortar con la locura de Buenos Aires y encarar otro tipo de vida, en un lugar en el que se pueda respirar. Y me contesto que sí, que es hora. 
Llevo esperando unos 25 años. Salgo a buscar la oportunidad. Parece que las oportunidades no vienen solas.

lunes, 10 de enero de 2011

Una que sabemos todos: María Elena Walsh


"Salía yo como todos los jueves a pasear mi malvón por la vereda cuando de repente... zápate..."

Dailan Kifki fue -a los 7 años- mi primer libro de capítulos. La tía Sofía -la que vivía en Rosario y compraba en Ross-me lo trajo de regalo. De nena gastaba los libros de leerlos una y mil veces, y por eso no es difícil que recuerde las frases y los personajes, sobre todo de los que fueran más divertidos o anclaran en alguna emoción. Los cuentos y canciones de María Elena Walsh me cruzan la vida.

Acepté mejor los pinchazos de las vacunas al son del Brujito de Gulubú y supe que donde casi se termina la Argentina había un lugar que se llamaba Humahuaca, al que llegué lo suficientemente grande como para no buscar una vaca con delantal. Con ocho porteños años ya conocía que la Mate de Luna es una avenida importante de Tucumán, aunque nunca hubiera pasado de la costa bonaerense.  Federalismo. 


Hace días paseaba con mi sobrina por el Parque Centenario. Un cuento de Mempo Giardinelli  fue el disparador para salir a buscar plantas Santa Rita, y de ahí a mostrarle los nombres de otras plantas hubo un paso. De repente me vi en una discusión con una nena de 4 años, tratando de justificar que esos árboles SÍ eran jacarandaes por más que no fueran celestes. Ay María Elena, vos y tu poesía.




"Lunes, martes, miércoles tres", cantaban las brujas de un lado. "Jueves, viernes, sábado seis", respondían las de enfrente, en la misma cabaña. "¡Domingo siete!", gritó Raimundo asomándose por la ventana, para que las brujas lo sacaran a escobazos. Todavía uso ese cuento para decir que alguien está desubicado. Hoy lo usé.

Cada tanto aparece el Perro Salchicha Gordo Bachicha, la Reina Batata, y el Mono Liso, y todos nos vamos a tomar el té. Hasta que llega Don Fresquete y nos lleva a volar en barrilete. Ya no esperamos a Manuelita,  ella hace la ruta París - Pehuajó sin escalas. La princesa Sukimoto tampoco viene: ella no puede hacer nada sola: ni siquiera pelarse una ciruela; ni siquiera sonarse la nariz. Nada, nada, nada. 



1980. "Como la cigarra" era una de las canciones que sin noción de peligro cantábamos en el club, un espacio de resistencia cultural en donde aprendimos a pensar. Y en 1983 llegó un cassette (sí, un cassette) en el que el Cuarteto Zupay cantaba versiones "para grandes": "Serenata para la tierra de uno", "Barco quieto". Muchas las recordaba de haberlas escuchado de nena cuando iba al taller de arte de Basia Kuperman y ella invitó a María Elena a charlar con nosotros después de haber pintado su obra.





Hace unas semanas un tuitero viajaba por la ruta a Mar del Plata posteando cada lugar en 140 caracteres. Y yo le pude pedir una de Vivoratá porque hubo una vivorita que se fue a ver a su mamá. Quería saber si por fin la colita había llegado. 

"Quiero tiempo, pero tiempo no apurado, tiempo de jugar que es el mejor... por favor me lo da suelto y no enjaulado... adentro de un despertador", pedía Osías. Sigo pidiéndolo hoy.

No viví la María Elena polémica, la de ideas políticas, la señora mayor.
Sé que se animó a mucho, mucho, en una sociedad prejuiciosa y difícil. Sé que me regaló alegría, historias, creatividad, disparate, conocimientos y algo para compartir con todos los niños que vinieron detrás. María Elena nos dio un código que atraviesa generaciones, y no es poco.

Hoy masticaba mi enojo -por algo que iba a convertirse en intrascendente- abajo de un castaño en el boulevar central de El Bolsón. Trataba de procesarlo cuando llegó un RT tuitero contando de la muerte de María Elena Walsh y el enojo se hizo angustia y lágrimas. Varias veces me había enfrentado mentalmente a esa noticia. Y ¿ahora que? Fui redactando tuits con sus canciones mientras recordaba el tono que le imaginé a mi hermano Roberto diciendo "estamos fritos". 


Ya está. No sé cómo no pasó antes, pero es hora de repararlo. María Elena merece entrar en los fogones, al grito de "tocáte una que sepamos todos".Porque las canciones de María Elena las sabemos todos. Y sería un modo de hacer carne el "sin embargo estoy aquí, resucitando..."Si se queda su obra, ella está. "Dáme la mano y vamos ya..." Bienvenida María Elena. Sumáte al fogón. 



                                               Hoy, 10 de enero de 1011 falleció en Buenos Aires María Elena Walsh. Había nacido en Ramos Mejía un 1º de febrero de 1930.

lunes, 3 de enero de 2011

La huella y la urgencia

¿Por qué la urgencia? Parece pretencioso, egoísta, escrito desde adentro de un termo. Las urgencias se miden en relación a los contextos: ni dentro de un quirófano es seguro que siempre se trate de una urgencia.

A veces me urge poner algo por escrito. Una idea que aparece, una emoción que se hace visible, un viento que trae un perfume, una canción que me lleva a otro tiempo. Por ejemplo, este tema http://www.youtube.com/watch?v=WBtFHYtJuvE&feature=related  me lleva a la primera vez que viajé a Bariloche. Alcanza escucharlo para que se me caigan las lágrimas, como cuando entro a la Pescadería Ostramar y el perfume de su rotisería me lleva a la infancia y las empanadas de mariscos de Don Genaro, en la 23 y 18 de Miramar. Yo no las comía, pero eso es lo menos importante.

Tengo mala memoria para estas cuestiones y -como pasa a muchos- las ideas y sensaciones para poner en palabras aparecen en los momentos más inoportunos para escribir. Y Twitter es corto. Y Facebook es limitado.Y los SMS son para pocos. Y los links. Y... Quizás un blog ayude a dejar una huella y calme la urgencia. Por eso pruebo. Bienvenidas. Bienvenidos.

Saltar la trampa

Alguna vez iba a pasar. Iba a ser así: urgente. Sin mucha mirada sobre el diseño ni funcionalidad, tal como quisieron tener todos los pretenciosos hermanos mayores que ahí andan sin que nadie los conozca.
Es un espacio creado para cuando me aparece la necesidad de escribir a mano alzada y compartirlo. Entonces, por más que me esfuerce en la postura de primer día escolar frente al cuaderno "de clase", -ese que se escribe con letra inmaculada y sin tachar- sé que va a ser imposible sostenerla. No importa. En la urgencia de decir saltan errores. Y siempre se podrá haber dicho mejor, más bonito, más certero. Pero la trampa de ese estilo de escritura es que eso que se quiere decir, no se diga nunca. Elegí saltar la trampa. Aquí estoy.