Mira las placas a contraluz y grita “¡Estás curada!”, con el entusiasmo de quien sabe cuánto me
importa. “¡Sacáte esa bota horrible, ya está!”
Lo miro incrédula, con miedo de ¿y ahora?
Lo lleno de preguntas y le cuento cómo apreté al técnico
para que hiciera bien el informe. Nos reímos.
“No trajiste dos
zapatillas? Acá vienen a amenazarme con las dos zapatillas para que les saque
las botas.”
Y, no. Al final parece
que no era tan brava.
“Cuando me saquen
la bota” quizás haya sido la frase más repetida en estos últimos tres
meses. Porque repito cuando hablo pero también cuando escribo, cuando chateo,
cuando pienso, cuando proyecto, cuando sueño, cuando deseo… Esa fuga hacia
adelante despeja la angustia, marca que ese dolor de llorar y ese límite no
duran para siempre, que una tarde vuelven las dos zapatillas, el caminar seguro
y volver a correr.
Bajo 17 pisos y se me agolpan todas esas cosas pendientes
para “cuando me saquen la bota”. Camino
sabiendo que es el último esfuerzo. Porque caminar con una bota Walker, por más
que sea corta, por más que la lleve como una princesa, es un gran esfuerzo. Porque
las pendientes, las veredas llenas de obstáculos y huecos, los adoquines, los
agujeros, la basura, la gente que lleva la vida como la llevan los hijos únicos, los
venenitos, las flores de jacarandá y mil cosas más requieren esfuerzo.
Porque el desnivel del cuerpo, porque el dolor, porque
encontrar la ropa, requiere esfuerzo.
Porque parar, no avanzar, esperar, andar lento, hacerse
respetar, pedir ayuda, aceptarla, a alguien como yo le requiere MUCHO esfuerzo.
Porque bajar al subte, trabajar desde casa, ir a
kinesiología, no subir de peso –y bajar- requiere esfuerzo.
Porque ir de la cama al sillón, enredarse un pie en una
bolsa de hielo por días enteros, resignarse a no cortar el viento frío por los
caminos del parque requiere esfuerzo.
Porque postergar otro año cruzar la meta de la media
maratón requiere esfuerzo. Mucho, mucho esfuerzo. Mucho más que entrenar para
pasar el arco.
Camino entre la gente pero no estoy. La cabeza se me va
en 100 gracias. 100 gracias, una por día de fractura.
100 gracias desordenadas que no puedo acomodar.
Gracias a Nancy, que fue mi liebre los últimos 2k sin que
supiéramos que estaba quebrada, que me animó a ese sprint final y que estuvo
conmigo todos y cada uno de estos 100 días en casi todo, desde ir a la
dietética por los suplementos hasta volar la cabeza por proyectos. Su paciencia,
su respeto y su buen humor son infinitos.
Gracias al equipo profesional: a Pablo, médico; a Emi,
kinesióloga; a los Diegos: Santoro, entrenador y Sívori, nutricionista. Y a
todo el plantel de de Fisiosport y de diagnóstico por imágenes y medicina
nuclear del IADT, ordenanzas y recepcionistas, por el respeto, el cuidado y el
cariño. Cuando una la pasa mal encontrar
una sonrisa y un buen deseo es tan importante como el diagnóstico acertado. Gracias a las profes de Pilates, que llegan al
final para tomar la posta.
Gracias a los amigos. A Pau que dejó su hora de almuerzo
un jueves de lluvia para traerme las muletas; a Caro que estuvo del otro lado
del quirófano y pendiente; a Cris, que me mostró cómo todas mis fotos y mis
miradas estaban desde hacía mucho puestas sobre los pies; a Ita, que me abrazó
a la distancia y me ayudó a pensar en los “para
qué”; a Male, a la que quemé la cabeza pensando que lo más grave era lo
anterior;a Nati, por ese día en la radio, por ese abrazo y por todo lo que yo no sé describir pero ella entiende; a todos y cada uno de los que preguntaron, se ofrecieron, alentaron.
Gracias a los runners que entendieron con el alma el
sufrimiento. Porque cuando una se rompe un hueso duele, pero duele más resignar
los objetivos. Gracias a Santiago, que
estuvo atajando mis lágrimas antes de que estrellaran porque supo adivinarlas y
todavía no sé cómo. Gracias Martín por ese cartel con el que no pudiste
recibirme. Gracias Damián, Mariano, Nati, Nancy, Pablo, Caro, Caro, Rodrigo.
Gracias a ese colectivo de deportistas en rehabilitación –y
a Isra, y a Daysy- que me hicieron reír y con los que nos acompañamos en la
abstinencia de eso que sabemos disfrutar. Nos debemos el viaje de egresados.
Gracias a ese montón de personas recuperadas del pasado,
esas otras a las que nunca vi –o sí- y son parte de mi mundo a través de las
redes sociales. Gracias Silvi, Gladys, Leti, Eri, Sil, Moni, Seba, Marce, Romi,
Caro, Anita, Diego, Paula, Federico, Matías, Mariana (s), Sole, Luciano, Javi,
Pablo, Ricardo, Pedro, Cori, Fefi, Vale,
Vani, y tantos de los que no sé el nombre porque usan un nick.
Gracias a todos aquellos que estuvieron y que yo ahora no
recuerdo, porque fueron cientos y es un papelón no recordar, pero en mi
descargo puedo decir que agradecí a cada uno en el momento.
Gracias a mis jefas, que hicieron malabares y que seguro
no van a leer esto pero ya saben que es un orgullo trabajar con ellas por su
calidad humana y profesional. Y al team del Programa, claro.
Gracias a los que me cambiaron de tema, porque la vida
seguía y la cabeza necesitaba respirar y gracias a los que me abrazaron, me
mimaron, me hicieron reír, me llevaron a pasear y me entendieron cuando otros
temas agrandaron la incomodidad y la angustia.
Como quien deja una batería enchufada, anduve 100 días
cargando futuro en los pies.
Llega un tiempo raro. No me acuerdo cómo era ponerme un
jean, una pollera, caminar con los dos pies a la misma altura. Tengo miedo de
las veredas desparejas, las escaleras del subte, las frenadas del 39. Voy a
tener que aprender. Despacito. Despacito es lo más difícil. “Vos siempre te pasás”, me dice Pablo. Y
tiene razón.
Hace un tiempo me crucé con un expaciente. “Yo me acuerdo de vos como una mina que
corría todo el día para, a la noche, poder ir a correr”, me dijo. Y, sí. Sigo
siendo.
Extrañaba correr todo el día cuando me quedé sin la noche
para ir a correr. Esta fractura terminó pausar por completo mi esencia pero yo
soy esa. Un poco más fuerte, un poco más paciente, un poco más resistente, un
poco más conciente. Esa misma que adora y extraña la pasión de correr en el día
y salir a cortar el viento a la noche.
Falta menos. Ya falta menos.