lunes, 25 de noviembre de 2013

¿Gratis? Ni por el running.

Soy de las que agradecen cuando pasa algo que hace saltar lo injusto. Y pasó algo que me lleva a abrir el vestuario de este club en el que muchos se esfuerzan para que unos pocos disfruten.

Resulta que hace unos días alguien decidió ampliar su empresa y para eso contrató profesionales.
Y resulta que alguien –uno entre varios empresarios vinculados al running- hizo público su enojo por eso. “NOS quitan NUESTROS profesionales”,escribió.
A ese señor -a quien no conozco- le digo “GRACIAS”. Me dio el empujón que necesitaba para salir del vestuario y decir esto.

Quien practica un deporte por más de 10 horas semanales suele tener muchas otras horas dedicadas a algo que no quiere tanto como a su deporte. Es alguien que sueña con unir su trabajo a su pasión deportiva.

La mayor parte de los corredores viven de su profesión; en mi vida como corredora amateur me encontré con compañeros que tienen todo tipo de actividades laborales: médicos, abogados, conductores de trenes, comerciantes, periodistas, ingenieros, financistas, panaderos, administrativos, recepcionistas…

Algunos de los que sueñan con vivir vinculados al deporte deciden pegar un salto y sumar horas de pasión. Y para eso hay dos caminos: o se insertan en una empresa vinculada al running, o arman la propia.

El señor que piensa que le robaron SUS profesionales es de los que eligieron armar su empresa. Y como la mayor parte de las empresas que difunden contenidos de running, NO PAGA A LA GENTE QUE TRABAJA PARA ÉL. O sea, se sostienen en gente que trabaja porque le gusta, le da visibilidad, le permite hacer contactos, acreditarse como “prensa” y no pagar alguna carrera –alguna para la que NO TENGA QUE TRABAJAR SIN COBRAR-  y llevarse algún producto de sponsors que el Señor Empresario decida darle. (Y no hablo del uso de equipos, materiales de trabajo y sus respectivos seguros porque no sé cómo arreglan ese tema.)

Este señor representa a algunos empresarios que hacen su negocio a costa del deseo y la necesidad de otros, otros que piensan que en algún momento se les “va a dar” y van a poder “pegar el salto”.
Son empresarios que buscan una ganancia personal para pagar sus cuentas, correr y viajar a carreras que se hacen a muchos km.
Son ellos los que se benefician de los contratos con marcas de ropa deportiva, organizadores de carreras, empresas de suplementos nutricionales, de accesorios, con profesionales, con coordinadores de running teams, en fin, de todo lo que hace a la vida deportiva del corredor. Es simple de verificar: sus webs, sus programas radiales y sus vidas se llenan con los avisos y contenidos de esas marcas, varias de ellas multinacionales.

Es gente que no sabe escribir, ni editar, ni programar ni diseñar pero hace periodismo digital, es gente que no tiene idea de qué es la radio pero hace radio. Y lo hacen mal, muy mal, porque para hacerlo bien se requiere trabajo profesional que ellos no reconocen ni pagan, aún teniendo sponsors importantes. Podrían tatuarse el "no tenemos presupuesto" y "lo hacemos a pulmón" porque es lo que usan para justificar lo injustificable. Son cooperativistas en las pérdidas y capitalistas en las ganancias. Apelan al "todos ponen" y tienen la perinola arreglada para sacar "toma todo".
Pasar por una de esas webs cuando se es profesional de los medios garantiza perder las córneas, escuchar uno de esos programas de radio hace sangrar los oídos. Pero los sponsors pagan y el runner cae por ahí, en algunos más, en otros menos.

Es gente que se pelea en redes sociales por lo que llaman “primicia”, un dato de dudoso valor en pleno S XXI. No saben administrar lo que no cuesta plata: ven al de al lado como enemigo, no saben generar sinergia. Se difunden sólo a ellos mismos. Desconocen cómo generar contenido y no están dispuestos a pagar por él.  Piden a profesionales que trabajen sin cobrar y se desorientan cuando alguno contesta que no.

Naturalizaron que es correcto trabajar sin cobrar y sin ningún tipo de cobertura y están tan creídos de que eso que hacen está bien, que cuando uno de ellos decide contratar, pagar por el trabajo y tratar a su equipo como un conjunto de seres humanos, reclaman públicamente enojándose con el que hace las cosas bien.

¿NUESTROS profesionales? No, corazón. Si les hubieras pagado una maestría y hubiera un contrato de por medio, conversémoslo. Si los hacés levantar a las 5 am cada domingo para cubrir eventos con SUS equipos, publicar el laburo DE ELLOS con TU marca de agua y no pagarles, no son TUS PROFESIONALES. SON TUS ESCLAVOS.

Celebro que alguien –a quien tampoco conozco más que de nombre, ni sé su apellido- haya entrado al vestuario para proponer otras reglas de juego. Y que haya jugadores que quieran ser parte de un equipo que los reconoce como trabajadores y no como objetos. El periodismo ya está bastante podrido desde las bases de las empresas periodísticas tradicionales como para tener que recibir neoempresarios que empiojan todavía más el mercado. 

Ah. A vos, que trabajás sin cobrar esperando una oportunidad, enteráte de algo: esa oportunidad llega NUNCA. Atrás de alguien que se cansa de trabajar gratis llega otro que ocupa el lugar en las mismas condiciones.
Si no sos periodista y ocupás sin cobrar el lugar de un periodista (o diseñador, o programador, o fotógrafo, o …) –además de hacer algo MAL- estás quitando una fuente de trabajo. ¿Qué? ¿Qué no es una fuente de trabajo porque el fulano igual no pagaría a otro? Bueno. ¿Le vas a ir a buscar el pasaporte al tipo que se va a ir a correr a la China quedándote SIEMPRE para atender el teléfono por NADA? Ok. Es tu elección.


miércoles, 20 de noviembre de 2013

Día 100

Mira las placas a contraluz y grita “¡Estás curada!”, con el entusiasmo de quien sabe cuánto me importa.  “¡Sacáte esa bota horrible, ya está!”
Lo miro incrédula, con miedo de ¿y ahora?
Lo lleno de preguntas y le cuento cómo apreté al técnico para que hiciera bien el informe. Nos reímos.
“No trajiste dos zapatillas? Acá vienen a amenazarme con las dos zapatillas para que les saque las botas.” 
Y,  no. Al final parece que no era tan brava.

Cuando me saquen la bota” quizás haya sido la frase más repetida en estos últimos tres meses. Porque repito cuando hablo pero también cuando escribo, cuando chateo, cuando pienso, cuando proyecto, cuando sueño, cuando deseo… Esa fuga hacia adelante despeja la angustia, marca que ese dolor de llorar y ese límite no duran para siempre, que una tarde vuelven las dos zapatillas, el caminar seguro y volver a correr.

Bajo 17 pisos y se me agolpan todas esas cosas pendientes para “cuando me saquen la bota”. Camino sabiendo que es el último esfuerzo. Porque caminar con una bota Walker, por más que sea corta, por más que la lleve como una princesa, es un gran esfuerzo. Porque las pendientes, las veredas llenas de obstáculos y huecos, los adoquines, los agujeros, la basura, la gente que lleva la vida como la llevan los hijos únicos, los venenitos, las flores de jacarandá y mil cosas más requieren esfuerzo.
Porque el desnivel del cuerpo, porque el dolor, porque encontrar la ropa, requiere esfuerzo.
Porque parar, no avanzar, esperar, andar lento, hacerse respetar, pedir ayuda, aceptarla, a alguien como yo le requiere MUCHO esfuerzo.
Porque bajar al subte, trabajar desde casa, ir a kinesiología, no subir de peso –y bajar- requiere esfuerzo.
Porque ir de la cama al sillón, enredarse un pie en una bolsa de hielo por días enteros, resignarse a no cortar el viento frío por los caminos del parque requiere esfuerzo.
Porque postergar otro año cruzar la meta de la media maratón requiere esfuerzo. Mucho, mucho esfuerzo. Mucho más que entrenar para pasar el arco.

Camino entre la gente pero no estoy. La cabeza se me va en 100 gracias. 100 gracias, una por día de fractura.
100 gracias desordenadas que no puedo acomodar.

Gracias a Nancy, que fue mi liebre los últimos 2k sin que supiéramos que estaba quebrada, que me animó a ese sprint final y que estuvo conmigo todos y cada uno de estos 100 días en casi todo, desde ir a la dietética por los suplementos hasta volar la cabeza por proyectos. Su paciencia, su respeto y su buen humor son infinitos.

Gracias al equipo profesional: a Pablo, médico; a Emi, kinesióloga; a los Diegos: Santoro, entrenador y Sívori, nutricionista. Y a todo el plantel de de Fisiosport y de diagnóstico por imágenes y medicina nuclear del IADT, ordenanzas y recepcionistas, por el respeto, el cuidado y el cariño.  Cuando una la pasa mal encontrar una sonrisa y un buen deseo es tan importante como el diagnóstico acertado.  Gracias a las profes de Pilates, que llegan al final para tomar la posta.

Gracias a los amigos. A Pau que dejó su hora de almuerzo un jueves de lluvia para traerme las muletas; a Caro que estuvo del otro lado del quirófano y pendiente; a Cris, que me mostró cómo todas mis fotos y mis miradas estaban desde hacía mucho puestas sobre los pies; a Ita, que me abrazó a la distancia y me ayudó a pensar en los “para qué”; a Male, a la que quemé la cabeza pensando que lo más grave era lo anterior;a Nati, por ese día en la radio, por ese abrazo y por todo lo que yo no sé describir pero ella entiende; a todos y cada uno de los que preguntaron, se ofrecieron, alentaron.

Gracias a los runners que entendieron con el alma el sufrimiento. Porque cuando una se rompe un hueso duele, pero duele más resignar los objetivos.  Gracias a Santiago, que estuvo atajando mis lágrimas antes de que estrellaran porque supo adivinarlas y todavía no sé cómo. Gracias Martín por ese cartel con el que no pudiste recibirme. Gracias Damián, Mariano, Nati, Nancy, Pablo, Caro, Caro, Rodrigo.

Gracias a ese colectivo de deportistas en rehabilitación –y a Isra, y a Daysy- que me hicieron reír y con los que nos acompañamos en la abstinencia de eso que sabemos disfrutar. Nos debemos el viaje de egresados.

Gracias a ese montón de personas recuperadas del pasado, esas otras a las que nunca vi –o sí- y son parte de mi mundo a través de las redes sociales. Gracias Silvi, Gladys, Leti, Eri, Sil, Moni, Seba, Marce, Romi, Caro, Anita, Diego, Paula, Federico, Matías, Mariana (s), Sole, Luciano, Javi, Pablo,  Ricardo, Pedro, Cori, Fefi, Vale, Vani, y tantos de los que no sé el nombre porque usan un nick.

Gracias a todos aquellos que estuvieron y que yo ahora no recuerdo, porque fueron cientos y es un papelón no recordar, pero en mi descargo puedo decir que agradecí a cada uno en el momento.

Gracias a mis jefas, que hicieron malabares y que seguro no van a leer esto pero ya saben que es un orgullo trabajar con ellas por su calidad humana y profesional. Y al team del Programa, claro.

Gracias a los que me cambiaron de tema, porque la vida seguía y la cabeza necesitaba respirar y gracias a los que me abrazaron, me mimaron, me hicieron reír, me llevaron a pasear y me entendieron cuando otros temas agrandaron la incomodidad y la angustia.

Como quien deja una batería enchufada, anduve 100 días cargando futuro en los pies.
Llega un tiempo raro. No me acuerdo cómo era ponerme un jean, una pollera, caminar con los dos pies a la misma altura. Tengo miedo de las veredas desparejas, las escaleras del subte, las frenadas del 39. Voy a tener que aprender. Despacito. Despacito es lo más difícil. “Vos siempre te pasás”, me dice Pablo. Y tiene razón.

Hace un tiempo me crucé con un expaciente. “Yo me acuerdo de vos como una mina que corría todo el día para, a la noche, poder ir a correr”, me dijo. Y, sí. Sigo siendo.
Extrañaba correr todo el día cuando me quedé sin la noche para ir a correr. Esta fractura terminó pausar por completo mi esencia pero yo soy esa. Un poco más fuerte, un poco más paciente, un poco más resistente, un poco más conciente. Esa misma que adora y extraña la pasión de correr en el día y salir a cortar el viento a la noche.

Falta menos. Ya falta menos.

jueves, 14 de noviembre de 2013

El juego de creer

Ayer me quedó un bache de dos horas entre tomografía y kinesióloga. 
Dos horas, una avenida con las principales marcas de ropa deportiva y día de descuentos. 

Mi lugar preferido para comprar calzas tenía una con bolsillos, strass en las pantorrillas, reflectantes y los logos en magenta. Me enamoré bastante, pero bueno, lo de los amores únicos es muy S XIX. 
Este amor único duró hasta que, en el perchero más cercano a la puerta, encontré una bastante más discreta y minimalista. Y más cara. 
-¿Por qué?
-Porque la tecnología de la sarasa recontrasarasa de no sé qué, que trabaja con el calor del cuerpo, bsbsbsbss y ANTICELULITIS-, explica la vendedora, que entró al mundo deportivo hace 15 minutos directo de un casting de baile de programa de cumbia.

Y sí, ahí los brillitos pinchaban y los reflectantes no parecían seguros y 10 cosas más para justificar este nuevo amor. Porque si algo está claro es que el amor es mentiroso, el amor es un dibujo y al objeto de amor no se le cuestionan cosas. 
Enamorarse requiere creer. Y antiage, anticelulitis, los Reyes Magos, todo eso es objeto de religión. El que no cree, que se corra y chitolaboca. ¿O vos le dijiste a alguien "ES MENTIRA" cuando te habló del Espíritu Santo, la virgencita del Choroto o de Papá Noel? Bueno, ahí tenés.

Todos empezábamos las clases con un objeto fetiche, un amuleto de la suerte para que el año fuera bueno. Un lápiz, un cuaderno, un cosito adentro de la cartuchera. Algo. Cerrá los ojos y pensá: seguro vas a ver los tuyos.
Entre corredores nos deseamos éxito, "porque la suerte es para los que no hicieron las cosas bien". Pero a veces hacer las cosas bien no alcanza y una se fractura. Sí, sí. Una va corriendo y de repente y sin explicación aparece un dolor horrible que una no reconoce así que sigue corriendo. Sin golpes, sin caídas, sin explicación: fractura. 

-Basta. Fue un accidente-, concluyó el médico, después de buscar culpables por todos los rincones. 

Ajá. Entonces hay que hacer las cosas bien y tener suerte. 
Pensar en los objetos fetiches es un lindo juego. Le pone un toque de magia a tanta racionalidad adulta. 
Caminaba a kinesiología con la bolsa de la calza y dos tomografías mientras mi amiga retiraba las nuevas remeras del team -AMARILLAS,  porque el horror se hace inevitable a veces- imaginando un tramo de mi vuelta a las carreras.  Se me iban los pies. En sueños corro, en la vida la bota no me deja. La vida a veces nos cuida de los sueños peligrosos poniéndonos una bota dura, pienso. 
Repaso desordenado. La calza nueva, negra, gris y con reflectantes; la remera amarilla, con negro y rojo; las zapatillas... ¿qué zapatillas? ¿Cómo combino todo eso sin parecer un taxi?

Bien. Necesito zapatillas fetiches. Después de todo, lo que se me rompió fue el pie. 
Cuando me saquen la bota me voy a buscar un amuleto potente para mis pies. Y quien quiera creer, que crea.