jueves, 23 de enero de 2014

Mis mayores aplausos

Una no quisiera que estén, pero están en el medio de todo.
Son feos, gordos, viejos. Y la mayoría son feas, gordas, viejas.

Acomodan su celulitis adentro de una calza, hacen lo que pueden con su pelo falto de tintura, se ponen zapatillas y una remera que les tape lo que pueda y se internan en el gimnasio. 
Ellos, justo es reconocerlo, son menos. Portan piernas flaquitas, pantorrillas casi inexistentes y sus panzas se extienden hasta medida secarropas. No saben qué hacer con sus escasos pelos, que no pueden atar. 
Si todos tenemos cuerpos imperfectos ellos están en condiciones de ganarnos en cualquier concurso. 

Dan vueltas entre las máquinas, charlan entre ellos, con los profes, buscan alguna complicidad. No importa si dejaron la mitad de uno de tus sueldos en una casa de deportes o se vistieron con lo último que usaron para moverse allá por 1980: todo les queda feo, no combina, no es adecuado para la actividad. 
Cargan bolsas y carteras -resisten a los bolsos deportivos- y huyen al mediodía cual Cenicientas porque la hora del almuerzo y la siesta son sagradas. 

Las que se animan a la pileta hacen de la vida de vestuario un ritual y ya en el agua rompen soberanamente las gónadas de los que van a entrenar de verdad. No respetan los carteles que marcan los ritmos, no tienen estilo, van lento y a los golpes por fuera de su andarivel. Emulan a Mr.Magoo y salen ilesas de todo mientras el resto se cuenta los moretones y raspadas ganadas en evitar sus sopapos. 

Se llevan las risas y las miradas con sorna de casi todos. No la pegan en las clases, charlan, se sientan sobre las máquinas que otros necesitamos, dicen boludeces y tienen un bar donde sentarse a hacer sociales pero no ven el bar como un espacio de pertenencia. "Sienten que pertenecen si están acá adentro, con todos los que hacen deporte", me dice un profe. Y tiene razón. 
Necesitan charlar, salir, tener algo que hacer y los médicos los mandan a "hacer gimnasia". En medio de esa confusión se mezclan con los que hasta hace unos años eramos los dueños de los gimnasios, los deportistas, que tenemos que aprender a convivir.

Aplaudo fuerte que tantos adultos mayores, con toda su imperfección, hagan cosas por estar mejor. Son los que pasaron la barrera de la falta de proyecto, de la depresión, del deterioro, del "eso es para jóvenes", del temer salir de sus casas, del inventar excusas para no poder. 
Muchos de los que se ríen de los viejos en el gimnasio lo hacen con el culo enterrado en un sillón o sin ver que un día ellos también serán viejos y le pifiarán a la ropa que se ponen o a por dónde hacen pasar el lápiz labial. 
Y sí, claro, me enojo cuando me interrumpen mi actividad, es cierto. Igual les acompaño la charla en el vestuario, en los pasillos o en un alto del entrenamiento y les saco una sonrisa y sonrío también. ¿Desde cuándo está mal querer la atención de alguien? ¿Desde cuándo está bien negarla por prejuicio?

Y ahora me voy. Tengo que desinfectar el raspón del dedo. Me di la cabeza contra el borde de la pileta y la mano pegó contra la piedra. No, la señora ni se enteró. Ella siguió haciendo como que nadaba. Putamadre. 

jueves, 9 de enero de 2014

Viajar con Jóse


-Y vos ¿cuándo vas a venir a mi clase?
-No, paso. Fui a probar la semana pasada la clase de la mañana y todavía me duele. Sufrí mucho. 
-Vení a la mía. 
-No, además están esos dos que se ríen y opinan mal de todos, no quiero. 
-La semana que viene se van de vacaciones. Vení. Cuando vuelvan ya vas a estar adaptada y no va a importarte. 
-...
- El lunes a las 20. Te espero. 

Ese lunes abrí una puerta y me quedé en la sala por mucho tiempo. 

Jóse (nunca supe por qué Jóse y no José) se ocupaba de que cada uno tuviera la bici calibrada para su altura. Saludaba, sonreía, antes de empezar nos preguntaba como estábamos y nos contaba de qué se trataba la clase del día. Nunca se le escapaba algún nuevo, del que se ocupaba especialmente. Bajaba las luces y dejaba alguna de fondo, imprescindible para verlo. Buscaba entre los CD´s, elegía uno, lo acomodaba en el equipo, conectaba el micrófono. Se cambiaba las zapatillas y nos invitaba a rodar.

Desde arriba de su bici miraba todo. "Estás cargando sobre los hombros, el peso va sobre las piernas", "el pedaleo en redondo, sin rebotes", "cargá más, te falta peso", "los pies paralelos al piso", nos decía. No nos sacaba el ojo de encima hasta no chequear que habíamos aprendido la técnica. Bueno, después tampoco. 

Sus clases de spinning eran un viaje: explicaba antes qué tipo de trabajo técnico íbamos a hacer y también nombraba los paisajes. Después, no era sólo pedalear, cargar, descargar, posición 1, 2 ó 3 sino rutas planas, cuestas, bosques, montañas, curvas y contracurvas... Jóse armaba un camino en donde el esfuerzo quedaba en segundo lugar, porque lo primero era el viaje. Y era un viaje al que íbamos todos: nada de esa cosa loca de dar órdenes a los gritos. Cada cambio era una invitación a hacerlo juntos y sin imperativos. Adoraba esos viajes de martes a viernes a las 20, que terminaban cuando me paraba con los dos pies en el cuadro y saltaba al piso con los dos pies juntos. Nunca supe cómo inventé eso pero siempre sentí que recuperaba dos segundos de infancia. 

Nunca necesitó levantar la voz; nunca atronó con la música. Palabras sobrias, música justa, gestos entendibles. Tiempo de subir, de bajar, de tomar agua, de secarse el sudor, de estirar, de volver. Porque tiene que volver a la calma el corazón que pulsa y tiene que volver a la realidad el corazón que siente. Hay que volver al calor del gimnasio lleno de gente, a que es noche cerrada, a calcular qué entrenamiento falta, a pensar la cena, la ducha y a dormir. 

Un día me contó que se iba. Cuando alguien que queremos se va para crecer hay que ser muy generoso para apoyarlo y estar feliz. A mí me costó. Jóse era mi profe de spinning pero antes fue compañero de trabajo y me acompañó en tiempos duros con sonrisas y un silencio comprensivo y respetuoso que algunos varones logran tan bien. 

Jóse suele andar por ahí y cada tanto sale del baúl de los buenos recuerdos. Cuando suena un tema musical y pienso "este es un tema para cuestas de tierra en montaña", Jóse está ahi. Cuando alguien putea a un profe de spinning por sus gritos, sus órdenes, sus descuidos, Jóse está ahí recordándome que no son todos iguales. 

Hoy volvi a una clase. Ni muy muy ni tan tan. Un MEH. Un queseyo. Pero cerré los ojos y Jóse estuvo ahí, controlando que no cargara sobre los hombros, el pedaleo redondo, los pies paralelos al piso, la carga. Los saltos los tengo prohibidos. Por ahora, Jóse. Por ahora.