jueves, 9 de enero de 2014

Viajar con Jóse


-Y vos ¿cuándo vas a venir a mi clase?
-No, paso. Fui a probar la semana pasada la clase de la mañana y todavía me duele. Sufrí mucho. 
-Vení a la mía. 
-No, además están esos dos que se ríen y opinan mal de todos, no quiero. 
-La semana que viene se van de vacaciones. Vení. Cuando vuelvan ya vas a estar adaptada y no va a importarte. 
-...
- El lunes a las 20. Te espero. 

Ese lunes abrí una puerta y me quedé en la sala por mucho tiempo. 

Jóse (nunca supe por qué Jóse y no José) se ocupaba de que cada uno tuviera la bici calibrada para su altura. Saludaba, sonreía, antes de empezar nos preguntaba como estábamos y nos contaba de qué se trataba la clase del día. Nunca se le escapaba algún nuevo, del que se ocupaba especialmente. Bajaba las luces y dejaba alguna de fondo, imprescindible para verlo. Buscaba entre los CD´s, elegía uno, lo acomodaba en el equipo, conectaba el micrófono. Se cambiaba las zapatillas y nos invitaba a rodar.

Desde arriba de su bici miraba todo. "Estás cargando sobre los hombros, el peso va sobre las piernas", "el pedaleo en redondo, sin rebotes", "cargá más, te falta peso", "los pies paralelos al piso", nos decía. No nos sacaba el ojo de encima hasta no chequear que habíamos aprendido la técnica. Bueno, después tampoco. 

Sus clases de spinning eran un viaje: explicaba antes qué tipo de trabajo técnico íbamos a hacer y también nombraba los paisajes. Después, no era sólo pedalear, cargar, descargar, posición 1, 2 ó 3 sino rutas planas, cuestas, bosques, montañas, curvas y contracurvas... Jóse armaba un camino en donde el esfuerzo quedaba en segundo lugar, porque lo primero era el viaje. Y era un viaje al que íbamos todos: nada de esa cosa loca de dar órdenes a los gritos. Cada cambio era una invitación a hacerlo juntos y sin imperativos. Adoraba esos viajes de martes a viernes a las 20, que terminaban cuando me paraba con los dos pies en el cuadro y saltaba al piso con los dos pies juntos. Nunca supe cómo inventé eso pero siempre sentí que recuperaba dos segundos de infancia. 

Nunca necesitó levantar la voz; nunca atronó con la música. Palabras sobrias, música justa, gestos entendibles. Tiempo de subir, de bajar, de tomar agua, de secarse el sudor, de estirar, de volver. Porque tiene que volver a la calma el corazón que pulsa y tiene que volver a la realidad el corazón que siente. Hay que volver al calor del gimnasio lleno de gente, a que es noche cerrada, a calcular qué entrenamiento falta, a pensar la cena, la ducha y a dormir. 

Un día me contó que se iba. Cuando alguien que queremos se va para crecer hay que ser muy generoso para apoyarlo y estar feliz. A mí me costó. Jóse era mi profe de spinning pero antes fue compañero de trabajo y me acompañó en tiempos duros con sonrisas y un silencio comprensivo y respetuoso que algunos varones logran tan bien. 

Jóse suele andar por ahí y cada tanto sale del baúl de los buenos recuerdos. Cuando suena un tema musical y pienso "este es un tema para cuestas de tierra en montaña", Jóse está ahi. Cuando alguien putea a un profe de spinning por sus gritos, sus órdenes, sus descuidos, Jóse está ahí recordándome que no son todos iguales. 

Hoy volvi a una clase. Ni muy muy ni tan tan. Un MEH. Un queseyo. Pero cerré los ojos y Jóse estuvo ahí, controlando que no cargara sobre los hombros, el pedaleo redondo, los pies paralelos al piso, la carga. Los saltos los tengo prohibidos. Por ahora, Jóse. Por ahora. 



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