miércoles, 20 de noviembre de 2013

Día 100

Mira las placas a contraluz y grita “¡Estás curada!”, con el entusiasmo de quien sabe cuánto me importa.  “¡Sacáte esa bota horrible, ya está!”
Lo miro incrédula, con miedo de ¿y ahora?
Lo lleno de preguntas y le cuento cómo apreté al técnico para que hiciera bien el informe. Nos reímos.
“No trajiste dos zapatillas? Acá vienen a amenazarme con las dos zapatillas para que les saque las botas.” 
Y,  no. Al final parece que no era tan brava.

Cuando me saquen la bota” quizás haya sido la frase más repetida en estos últimos tres meses. Porque repito cuando hablo pero también cuando escribo, cuando chateo, cuando pienso, cuando proyecto, cuando sueño, cuando deseo… Esa fuga hacia adelante despeja la angustia, marca que ese dolor de llorar y ese límite no duran para siempre, que una tarde vuelven las dos zapatillas, el caminar seguro y volver a correr.

Bajo 17 pisos y se me agolpan todas esas cosas pendientes para “cuando me saquen la bota”. Camino sabiendo que es el último esfuerzo. Porque caminar con una bota Walker, por más que sea corta, por más que la lleve como una princesa, es un gran esfuerzo. Porque las pendientes, las veredas llenas de obstáculos y huecos, los adoquines, los agujeros, la basura, la gente que lleva la vida como la llevan los hijos únicos, los venenitos, las flores de jacarandá y mil cosas más requieren esfuerzo.
Porque el desnivel del cuerpo, porque el dolor, porque encontrar la ropa, requiere esfuerzo.
Porque parar, no avanzar, esperar, andar lento, hacerse respetar, pedir ayuda, aceptarla, a alguien como yo le requiere MUCHO esfuerzo.
Porque bajar al subte, trabajar desde casa, ir a kinesiología, no subir de peso –y bajar- requiere esfuerzo.
Porque ir de la cama al sillón, enredarse un pie en una bolsa de hielo por días enteros, resignarse a no cortar el viento frío por los caminos del parque requiere esfuerzo.
Porque postergar otro año cruzar la meta de la media maratón requiere esfuerzo. Mucho, mucho esfuerzo. Mucho más que entrenar para pasar el arco.

Camino entre la gente pero no estoy. La cabeza se me va en 100 gracias. 100 gracias, una por día de fractura.
100 gracias desordenadas que no puedo acomodar.

Gracias a Nancy, que fue mi liebre los últimos 2k sin que supiéramos que estaba quebrada, que me animó a ese sprint final y que estuvo conmigo todos y cada uno de estos 100 días en casi todo, desde ir a la dietética por los suplementos hasta volar la cabeza por proyectos. Su paciencia, su respeto y su buen humor son infinitos.

Gracias al equipo profesional: a Pablo, médico; a Emi, kinesióloga; a los Diegos: Santoro, entrenador y Sívori, nutricionista. Y a todo el plantel de de Fisiosport y de diagnóstico por imágenes y medicina nuclear del IADT, ordenanzas y recepcionistas, por el respeto, el cuidado y el cariño.  Cuando una la pasa mal encontrar una sonrisa y un buen deseo es tan importante como el diagnóstico acertado.  Gracias a las profes de Pilates, que llegan al final para tomar la posta.

Gracias a los amigos. A Pau que dejó su hora de almuerzo un jueves de lluvia para traerme las muletas; a Caro que estuvo del otro lado del quirófano y pendiente; a Cris, que me mostró cómo todas mis fotos y mis miradas estaban desde hacía mucho puestas sobre los pies; a Ita, que me abrazó a la distancia y me ayudó a pensar en los “para qué”; a Male, a la que quemé la cabeza pensando que lo más grave era lo anterior;a Nati, por ese día en la radio, por ese abrazo y por todo lo que yo no sé describir pero ella entiende; a todos y cada uno de los que preguntaron, se ofrecieron, alentaron.

Gracias a los runners que entendieron con el alma el sufrimiento. Porque cuando una se rompe un hueso duele, pero duele más resignar los objetivos.  Gracias a Santiago, que estuvo atajando mis lágrimas antes de que estrellaran porque supo adivinarlas y todavía no sé cómo. Gracias Martín por ese cartel con el que no pudiste recibirme. Gracias Damián, Mariano, Nati, Nancy, Pablo, Caro, Caro, Rodrigo.

Gracias a ese colectivo de deportistas en rehabilitación –y a Isra, y a Daysy- que me hicieron reír y con los que nos acompañamos en la abstinencia de eso que sabemos disfrutar. Nos debemos el viaje de egresados.

Gracias a ese montón de personas recuperadas del pasado, esas otras a las que nunca vi –o sí- y son parte de mi mundo a través de las redes sociales. Gracias Silvi, Gladys, Leti, Eri, Sil, Moni, Seba, Marce, Romi, Caro, Anita, Diego, Paula, Federico, Matías, Mariana (s), Sole, Luciano, Javi, Pablo,  Ricardo, Pedro, Cori, Fefi, Vale, Vani, y tantos de los que no sé el nombre porque usan un nick.

Gracias a todos aquellos que estuvieron y que yo ahora no recuerdo, porque fueron cientos y es un papelón no recordar, pero en mi descargo puedo decir que agradecí a cada uno en el momento.

Gracias a mis jefas, que hicieron malabares y que seguro no van a leer esto pero ya saben que es un orgullo trabajar con ellas por su calidad humana y profesional. Y al team del Programa, claro.

Gracias a los que me cambiaron de tema, porque la vida seguía y la cabeza necesitaba respirar y gracias a los que me abrazaron, me mimaron, me hicieron reír, me llevaron a pasear y me entendieron cuando otros temas agrandaron la incomodidad y la angustia.

Como quien deja una batería enchufada, anduve 100 días cargando futuro en los pies.
Llega un tiempo raro. No me acuerdo cómo era ponerme un jean, una pollera, caminar con los dos pies a la misma altura. Tengo miedo de las veredas desparejas, las escaleras del subte, las frenadas del 39. Voy a tener que aprender. Despacito. Despacito es lo más difícil. “Vos siempre te pasás”, me dice Pablo. Y tiene razón.

Hace un tiempo me crucé con un expaciente. “Yo me acuerdo de vos como una mina que corría todo el día para, a la noche, poder ir a correr”, me dijo. Y, sí. Sigo siendo.
Extrañaba correr todo el día cuando me quedé sin la noche para ir a correr. Esta fractura terminó pausar por completo mi esencia pero yo soy esa. Un poco más fuerte, un poco más paciente, un poco más resistente, un poco más conciente. Esa misma que adora y extraña la pasión de correr en el día y salir a cortar el viento a la noche.

Falta menos. Ya falta menos.

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