Countables and uncountables, escribía Miss María Elena en el pizarrón.
Countables and uncountables, pedía Miss María Elena con su vozarrón.
Countables and uncountables,borroneábamos en el cuaderno de Inglés de 3º
Countables and uncountables.
No sabía que los iba a usar en otro siglo para contar algo en un cuaderno digital.
Siete meses. 210 días.
Tres estaciones: invierno,
primavera, verano.
Más de 20 visitas al piso 17
en el que atiende el traumatólogo. Otras 20 al área de diagnóstico por imágenes
de una clínica porteña. Varios retos por usar la escalera para ir al entrepiso.
¡Al entrepiso! Nunca superar la impresión de las camillas, las sillas de
ruedas, la soledad infinita y vulnerable de quien espera por un estudio médico.
Siempre agradecer las sonrisas, los buenos deseos y la ayuda del personal de la
clínica, esos que no necesitan conocernos para ponerse en nuestro lugar.
Cuatro inyecciones de
calmantes para caballos que parecieron agua.
Muchos “vos no podés seguir arrastrando ese pie”.
Muchos “no sé cómo hacer para no seguir arrastrando este pie”
Cuatro bolsas de hielo en gel
entrando y saliendo del freezer. Una bolsa de neoprene donde entra la bolsa de
gel y se enrolla en el pie.
Saltos, saltos, saltos. Para
bajar de la cama, para llegar a la cocina, para llegar a la heladera, para
entrar en el baño. Planear cada recorrido, evitar un metro de más.
Una imagen que muestra el
calcáneo como un abanico.
Una bota Walker.
Miles de lágrimas rodando por
las mejillas, pilas de moco en pañuelos de papel.
Otra media maratón perdida. Un
dolor sobre otro dolor.
30 sesiones de kinesiología.
60 veces andar y desandar el camino, 40 cuadras cada vez. Kilómetros de veredas
rotas, desparejas, en pendiente, inundadas, con obstáculos, con piedritas que
hacen rodar la bota rígida. Kilómetros cortando el viento frío perdidos,
bandadas de pájaros que no veré, miradas de “hay 2ºC y esta trastornada anda en manga corta” que van a esperar
hasta el próximo invierno.
Un par de muletas que nunca
usé.
La cama, el sillón y que todo
el resto lleve el doble del tiempo.
100 días de home office.
Varios libros sin terminar.
Un curso.
Más de 100 vecinos y ningún abrir
el ascensor o preguntar ¿necesitás algo?
Unos cuantos sin privarse de abrir la puerta y tirármela encima.
Incalculables caminantes y
usuarios del subte D empujando, pisándome y pateando la bota. Dos distintos:
una pasajera que una vez me dio el asiento en el subte y un colectivero del 110
que arrimó el bus y esperó para que pudiera subir y bajar.
Cataratas de madres con
cochecitos, de señores mayores con carritos, de niños con skates y patinetas
descontroladas detrás de mí y la habilidad para sonreír y levantar el pie
como un flamenco rosado.
El verdulero de Coronel Díaz
emocionado con mi historia y diciéndome “falta menos”.
Pilas de ¿qué te pasó en la patita, dónde metiste la patita, te lastimaste la
patita? dichos por señores que no estaban interesados en saber de mi
patita.
800g de masa muscular perdida.
1500mg de calcio al día para
cerrar la fractura.
Varias pasadas por la caja de
discapacitados del super con gesto desafiante de “vení a adelantarte ahora, vos, averiado, embarazada, yo también tengo
prioridad…”
Incontables mensajes de
aliento, de apoyo, de ayuda, de solidaridad de gente que conozco y quiero
mucho, de gente que no sabía que me quería tanto, de gente que no sabía que
existía.
Algunas ausencias. Ninguna
inesperada.
Miedo. Miedo de dejar la bota,
de las patadas, del dolor, de no poder volver.
Mil veces la pregunta repetida
¿cómo fue que pasó? y cero respuestas.
70 días de pileta, spinning,
gimnasio, por seis días a la semana. Cuatro meses de Pilates.
210 días construyendo paciencia, templanza,
alternativas.
210 días cargando esperanza.
210 días aprendiendo –otra
vez- de eso que no hubiera querido que me pase.
210 días viendo que otros
hacían cosas que yo estaba queriendo hacer.
210 días pensando que quizás
no pudiera volver.
210 días sin consuelo.
210 días sin correr.
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